Una lección aprendida del marketing gubernamental es que la eficacia de la comunicación política depende de la verosimilitud de lo dicho, es decir, de que la audiencia crea en lo que dices, sea o no verdad. En esta perspectiva, la recesión económica anunciada por el ministro de Economía la semana pasada incumple todas las reglas que debe contener un discurso político eficiente en el ámbito de la gestión y la comunicación estratégica.
Un primer error fue la elección del vocero. El rostro acongojado y perdedor del ministro de Economía ante una situación crítica, límite y difícil para el país, cuando meses antes manifestó lo contrario, puso en evidencia una gran contradicción, y ello le restó la posibilidad de brindar confianza. Nadie, absolutamente nadie, le creyó cuando dijo que tomarían medidas para revertir la recesión en un breve plazo. Cuando la realidad demuestra el error y el vocero no lo acepta públicamente, tratando de camuflar con un fraseo positivo lo que su propia gestualidad traiciona, mejor es guardar silencio estratégico y elegir a otro vocero que sí tenga credibilidad para corregir el mensaje.
Un segundo error fue no explicar en forma didáctica lo que significa recesión económica. Constatar técnicamente el decrecimiento económico por más de dos trimestres no dice nada al ciudadano que vive en carne propia y en su cotidianidad la falta de empleo, la reducción de ingresos, la desconfianza de los actores económicos, la falta de inversión, así como la desconexión de sus líderes políticos con el incremento en los precios de alimentos y servicios esenciales. Esta ruptura entre gobernantes y gobernados es el mejor combustible para la desazón, la desconfianza, la molestia y la ira contra un modelo o sistema que no da respuestas inmediatas a las dificultades que los ciudadanos viven en las calles, y que al sentirse desamparados buscan alternativas radicales para ver cambios inmediatos. ¿Adivinan quién aprovecha estos momentos de depresión ciudadana para llevar agua a su molino?
Un tercer error son los discursos vacíos de contenido. La falta de programas que dinamicen la economía es una realidad concreta que constatamos a diario. Un gobierno central inoperativo deja en otras manos (gobiernos regionales y locales) su ausencia de visión país. El fracaso de la regionalización departamental impide que millones de soles transferidos a las regiones se conviertan en programas anticíclicos o contra cíclicos frente a la recesión.
Hoy, lo único verosímil en el Perú es que ningún líder político ni autoridad gubernamental tiene la valentía de asumir su responsabilidad ante una muerte anunciada meses atrás. Culpar al gobierno anterior no basta ni resuelve la crisis. Lo resuelven alternativas que garanticen nuestra sobrevivencia. Lo otro es simplemente aceptar que ¡la recesión va por dentro!