Tras los pasos del abuelo

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Hace unas semanas, mi hija Mía y yo iniciamos un recorrido tras los pasos del abuelo Mauro, mi padre, quien nos dejó hace 10 años para volver a su tierra, o en su caso sería mejor decir volver al río Huallaga, en un lugar donde a los 12 años fue el ser más feliz del mundo, y a donde me hizo prometer –bajo juramento– lo devolvería en cenizas, cuando cerró sus ojos para descansar de esta vida terrenal.

Tomamos maletas y partimos a visitar nuestros orígenes en la región San Martín, en la provincia de Bellavista, a un par de horas de Tarapoto. El viaje sirvió para ver en persona las grandes diferencias sociales que aún marcan al país, y nos permitió imaginar las grandes oportunidades que tenemos parar convertirnos en potencia global a nivel de turismo, cultura, gastronomía y protección del medio ambiente.

El contraste entre la burbuja limeña y algunas regiones del país sigue siendo abrumador. Constatar el poco equipamiento urbano y la limitada conectividad de ciudades como Tarapoto, Moyobamba o Bellavista, la ausencia de pistas y veredas, la hegemonía del mototaxi como transporte público y de las motos como transporte privado, y la poca cobertura de agua potable, que llega por horas, son algunos componentes que detienen proyectos para hacer realidad un desarrollo sostenible.

Alrededor de bolsones de pobreza encontramos interesantes polos de desarrollo económico y turístico, que nos dieron alegrías y pudimos registrar en la memoria de cámaras fotográficas y celulares. Estas experiencias inolvidables y gratos momentos quedarán grabados en nuestras mentes por siempre.

La oferta turística en la Laguna Azul, por ejemplo, no tiene nada que envidiar a otros lugares del mundo. Pero la experiencia nos hizo pensar en quienes debieran estar proyectando las ciudades del futuro al interior del país. Ser sostenibles sí es posible, pero debemos resolver los problemas de servicios básicos para quien habita estas tierras y para quien las visita.

El viaje nos dejó una huella imborrable en el recuerdo. Reconocimos al otro peruano, que resulta invisible para muchos, pero que al unirse cuando pensamos en Estado-Nación resulta indispensable para pensar en un nosotros.

Visitar la tumba del abuelo Mauro, en ese pequeño remolino que se formaba a orillas del río Huallaga, donde dejamos sus cenizas hace 10 años, nos comprometió con el mañana, con un cambio necesario para mejorar la situación de esos miles de peruanos que hoy no tienen acceso a estándares mínimos de convivencia social.

Construir ese nosotros es un reto para las nuevas generaciones, quienes deben establecer agendas mínimas y pactos económicos, sociales y políticos que permitan administrar el territorio nacional con una perspectiva diferente. Solo hace falta un poco de imaginación y promover emprendimientos innovadores que marquen la diferencia respecto al hoy, que para algunos resulta devastador.

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