Influyentes congresistas estadounidenses como Nancy Pelosi consideran sumamente urgente iniciar el proceso de destitución de Donald Trump para que el vicepresidente Mike Pence conduzca el proceso de transición en las próximas dos semanas.
Las escenas sin precedentes atestiguadas por el mundo dieron cuenta de cómo termina el quinquenio de Trump: con una turba racista que toma por asalto el Capitolio, símbolo máximo de la democracia estadounidense. Peor aún, el objetivo era revertir el resultado de la elección que perdió el presidente en ejercicio -uno de sólo cuatro que no han sido reelegidos en dos siglos y medio- y es el propio Trump quien los incitó a irrumpir en el Congreso.
Cabe recordar que este desastroso último capítulo -ojalá- del gobierno de Trump fue detonado por su resistencia a conceder la victoria de Joe Biden. Parte de los modales básicos de la democracia que -ojo- Keiko Fujimori tampoco respetó. En la práctica Trump llevó a sus enfebrecidos partidarios al Legislativo. Fujimori lo utilizó de plataforma para alucinar que gobernaba desde allí. Y aquí estamos.
Es el fin del cuatrienio pero no el de Trump ni lo que representa. Ahora el Partido Republicano enfrenta el riesgo de ser finalmente devorado por el trumpismo. O, caso contrario, que la ruptura del bipartidismo llegue precisamente en la forma de los supremacistas blancos que tanta popularidad han alcanzado en los últimos años.
La emergencia de Trump ha sido posible en medio de la polarización alimentada por la nueva forma de debate público de las redes sociales. Las posturas radicales tienen entre sus objetivos que la moderación sea cada vez más vista como irrelevante. Qué mejor formato uno en el que la exigencia de definiciones tajantes es la medida de cada momento. El que no se para en uno de los extremos es un blando, un tibio. Una nada.
Nada más trumpista que la corriente antivacuna, vinculada a la paranoia conspirativa que para la coyuntura actual se niega a ver el verdadero impacto de una pandemia que es, bajo ese prisma, una fabricación de poderosos intereses. Los orwellianos de nuevo cuño no se vacunarán ellos ni tampoco a sus hijos porque todo esto es un complot de intereses rojos y judíos que conspiran para destruir la familia y la libertad. La vacuna es una forma de dominación y alterará nuestra carga genética con ese fin. O algo así.
En tan solo cuatro meses, el porcentaje de peruanos que no se vacunarían contra el nuevo coronavirus pasó de 22% a 40%. Los argumentos en contra de la ciencia se contagian por Whatsapp más rápido que la variante británica.
Los populismos de izquierda y derecha, mientras tanto, sueñan con capturar algo de esa capacidad para viralizar sus propuestas y desaparecer del mapa el sentido común. La habilidad de los políticos responsables será puesta en prueba. Pero también la de los electores, que ojalá miren en porcentajes importantes más allá de sus narices. O de su teléfono.