Las reglas de juego de la alta competencia internacional, entre ellas el futbol, no las inventamos los peruanos. Es un negocio que viene de mucho tiempo atrás, del viejo continente, y donde sus creadores definen, según sus propios intereses y criterios, las sentencias que deben pagar quienes las incumplen.
Cuando Paolo Guerrero decidió convertirse en futbolista internacional y definió que esa sería su carrera, decidió también aceptar este tipo de decisiones respecto a su futuro.
Hace bien ―por ello― cuando baja el tono de sus declaraciones iniciales, de confrontación con organismos internacionales y poderosos intereses privados que participan como actores claves en el tratamiento de su caso de dopaje, debido a que por involuntario que haya sido y no haya tenido ningún efecto favorable en su rendimiento, y sin poner en duda las buenas intenciones de nuestro capitán de selección, éste no pudo demostrar cómo esa sustancia ingresó a su cuerpo.
Si el fallo y el tiempo de sentencia es un exceso o no, eso puede ser motivo de debate y discusión sobre la jurisprudencia antidopaje, pero no resolverá el problema de fondo que hoy rodea al capitán, a nuestra selección y al impacto que este tipo de decisiones tiene sobre el sentimiento nacional, movilizando emocionalmente el imaginario social del hincha y del peruano en general.
Más que muestras de solidaridad, lo que hoy necesitamos los peruanos es que la decisión de que Guerrero no participe en el mundial no se convierta en otra escena más “jugamos como nunca y perdimos como siempre”. Ese es precisamente el chip que debemos cambiar. Ese mismo chip que llena nuestros libros de historia de héroes que nunca ganaron, pero se convirtieron en modelos a seguir por los demás.
Esta es una oportunidad de oro para nuestros gobernantes, que deberían proponerle a Paolo Guerrero, considerando su espectacular influencia sobre los jóvenes peruanos, se convierta en un peruano símbolo que fomente la profesionalización de los deportistas peruanos y promueva nuestra participación en altas competencias.
Todo proceso de crisis, decimos los expertos en comunicación estratégica, es una oportunidad. Sin duda, la crisis personal de Paolo debe ser resuelta en términos legales y comerciales, pero el ámbito deportivo y de respeto de su honor, como él mismo definió, tiene una oportunidad única en la historia de este país que podría hacerlo trascender y dejar grabado su nombre en la historia del deporte nacional.
No hablamos solo de futbol. Paolo tiene un perfil de guerrero y luchador que necesitamos inculcar en la mentalidad de todos los peruanos. Ello va de la mano con la formalización y el emprendimiento. En fin, con muchos componentes que su buena reputación e imagen entre los peruanos podría convertir en cambios de comportamiento y conductas que hace mucho queremos cambiar.
No se trata de convertir a Paolo en candidato político, por cierto. Se trata de convertirlo en aliado de un cambio de chip en nuestra mentalidad. Son ocho meses que gobierno y autoridades de otros poderes del Estado podemos utilizar para unir a los peruanos detrás de un sueño que trascienda la emoción mundialista.
No sabemos qué quiera hacer Paolo con su vida estos ocho meses. Pero convertirse en un peruano símbolo sería un buen trabajo mientras pasa el tiempo para su reaparición en las canchas. Deberíamos evitar que la condena al Guerrero se convierta en su ocaso, para convertirlo en un nuevo camino a seguir por todos los peruanos. Hay otras canchas en las que nuestro capitán podría convertir su ejemplo en la construcción de una nueva identidad. ¿Aceptaría el reto?