Durante los últimos años hemos sido testigos de los más violentos episodios de abuso contra mujeres en el mundo y, sobre todo, en nuestro país. También hemos sido testigos de los casos de mujeres valientes que han sido víctimas de abuso y que, habiendo luchado muy duro durante años, no sólo denuncian estos hechos a la opinión pública, sino que se convierten en férreas líderes en la lucha contra esta violencia absurda.
Hace unos días la realidad nos golpea duramente, Eyvi Ágreda, una joven de tan sólo 22 años, fue brutalmente atacada por un sujeto que la venía acosando hace años. La crueldad del ataque reveló lo irracional de los motivos, pero también el evidente desprecio que este sujeto siente por una mujer que no quiso tener una relación sentimental con él. El agresor decidió que si ella no le hacía caso, tenía el derecho de destruir la vida de Eyvi o acabar con ella. Sentimos dolor, ira e impotencia, no solo por Eyvi, sino porque tenemos clarísimo que podemos ser nosotras, nuestras hijas, nuestras hermanas o una amiga, todas somos en este Perú, potenciales víctimas de violencia.
Nuestro país enfrenta diariamente muchos problemas, y nosotros como sociedad también, sin embargo, uno de los más graves y lamentablemente más recurrentes, es la violencia en general. Una violencia enraizada en nuestra sociedad, la cual nunca puede ni debe ser excusada o justificada sea quien sea la víctima, no deja de afectarnos, pero afecta de manera abismalmente desproporcional a las mujeres.
Ser mujer en el Perú parece ser sinónimo de una vida con temor. Desde el miedo más grande de cruzarse con un sujeto como el que atacó a Eyvi, hasta el miedo de regresar a casa solas en la noche, miedo del carro que se cuadra a nuestro lado cuando caminamos, miedo del que nos silba en la calle, miedo de ir al baño solas en las discotecas. Más miedo aun cuando contamos todo eso y nos siguen agrediendo con calificativos, o cuando sabemos que esto no nos pasa solo a nosotras sino también a miles de mujeres recurrentemente, como recientemente lo denunció Melissa Pesquiera, de forma valiente y ejemplar ante la pasividad de nuestras autoridades ante su acosador.
Los países que han logrado avances en la lucha contra la violencia de género han desarrollado políticas públicas importantes desde dos campos de acción. Primero, luchar contra el halo de impunidad que nos invade y que constantemente acompaña los casos de violencia en general, pero específicamente la que rodea los casos de violencia contra la mujer, incluida la violencia sexual. Se debe sancionar y en forma ejemplar a los agresores, aplicarles el peso de la Ley, que hoy existe y está vigente. Tan solo entre enero y septiembre de 2017 el Ministerio de la Mujer registró a través de los Centros Emergencia Mujer (CEM) 6,118 casos atendidos de violencia contra la mujer, de los cuales 3,125 fueron violaciones sexuales, pero solo se han aplicado 60 condenas de cadena perpetua y 408 condenas a penas diversas por estos delitos entre enero y noviembre de 2017.
En segundo lugar, trabajar en políticas de educación desde la primera infancia tanto en los hogares como en los centros educativos. De acuerdo a los informes y evidencia existente, el origen de la violencia de género se vincula con el machismo. Un machismo enraizado y normalizado en la sociedad, que hace que muchos hombres, y también mujeres, crean que por el solo hecho de ser mujer, nuestras opiniones, ideas y hasta nuestras vidas valen menos. En el universo de los agresores, éstos creen que su voluntad vale más que la de los demás, y en esa idea absolutamente errada, no quieren entender que NO siempre va a significar NO. Estas creencias construidas en base a estereotipos de superioridad del varón sobre la mujer nacen de la sociedad, siendo una verdadera política educativa de prevención la única forma de cambiar este círculo vicioso.
Debemos hacer un mea culpa, detenernos para preguntarnos ¿cómo estamos educando a nuestros hijos? ¿Qué ejemplos les estamos dando? Tenemos que ser conscientes que cada vez que alguien le pregunta a una víctima de violencia ¿Por qué no te fuiste? ¿Por qué no gritaste? ¿Por qué estabas sola? No solo la revictimiza, sino que le está enseñando a un niño que escucha atento que, la culpa es de la víctima y no del agresor.
Desterremos de nuestro entorno frases y formas de crianza tan nocivas como “calladita te ves más bonita”, “los niños no lloran” o “los problemas se arreglan a golpes”. Cambiemos nuestra forma de educar, formemos personas orgullosas de expresar sus ideas, que sepan que la violencia no soluciona nada, que sepan que en la tolerancia y el respeto podemos encontrar enormes coincidencias.