Carlos Hualpa Vacas, 37 años, llevaba un frasco de yogurt con combustible en sus manos cuando subió al bus y buscó a Eyvi Ágreda, de 22 años, para luego cometer otra terrible agresión contra una mujer en el Perú, le tiró el combustible, le prendió fuego y luego huyó del lugar llevando en su mano izquierda, para siempre, las huellas del crimen cometido contra una joven y diez pasajeros que también resultaron con quemaduras en medio del desconcierto y la fatalidad.
No puedo quitar de mi mente las imágenes de Eyvi parada en medio de la calle, mientras le rociaban el polvo de un extinguidor para apagar las llamas. Han pasado varios días de este hecho mientras Eyvi lucha por su vida en la unidad de cuidados intensivos del hospital Almenara, donde los médicos la someten a varias operaciones para retirarle el tejido dañado y colocarle un tejido especial provisional, su recuperación física tomará varios meses, quizás años, aunque la recuperación del daño emocional y psicológico durará mucho más.
Las escenas de violencia en el Perú son de nunca acabar, desde temprano al prender el televisor la mayoría de noticieros nos alimentan con escenas de violencia, sales a la calle y en el quiosco de la esquina las portadas de los diarios publican más violencia, en el taxi, en el transporte público o en tu auto terminas siendo víctima de más violencia, desde el tráfico caótico, las combis y colectivos brutales, los que usan las vías auxiliares, las motos temerarias, la gente cruzando las calles en medio de los autos, los insultos, y la hora que te agobia porque ya estás tarde, todo eso y más, hasta que llegas al trabajo, la escuela o la universidad con la adrenalina al tope, estresado, con ira acumulada, así empieza tu jornada; luego, los comentarios sobre las últimas noticias son tema de conversación en el almuerzo, y entonces seguimos alimentando con más violencia nuestras mentes, hasta que tienes que volver a casa, y otra vez la odisea de atravesar la ciudad en medio de una jungla de agresiones de todo tipo.
Así transcurren los días en el Perú, ya nadie se conmueve con la vida que llevamos, la indiferencia, la agresión, la cultura del odio, la corrupción, la delincuencia, la inseguridad en las calles, son pan de cada día en nuestro país; las calles de las principales ciudades del Perú están enrejadas, las pistas llenas de rompemuelles y ojos de gato que no son suficientes para contener los peligros, las cámaras de vigilancia no se dan abasto, el serenazgo y la policía muchas veces usan la violencia para detener la violencia, el sistema de justicia está incapacitado de hacer su trabajo bien y a tiempo, y las autoridades que tenemos también son un testimonio penoso y lamentable de la violencia, muchos son protagonistas de portadas acusatorias, y otros tantos son voceros de la confrontación digital que las redes sociales comparten, con sarcasmo por decir lo menos; “mostrar más respuestas” dice el twitter invitándonos a ser testigos de los ataques de unos y otros en esta red, en realidad debería decir: “mostrar más ofensas”, creo que sería más precisa esta frase.
Y entonces surgen muchas voces exigiendo: pena de muerte, cadena perpetua, que los metan presos a todos; mientras en otros lugares optan por hacer justicia con sus propias manos, hace unos días en Ucayali los pobladores ahorcaron a un canadiense como un acto de justicia por el asesinato de la lideresa indígena Olivia Arévalo, sin embargo, hasta ahora las autoridades no confirman si fue o no el autor del crimen, pero ya está muerto.
Lo que sucedió con Eyvi, con Olivia, con el canadiense, lo que sucede a diario con los muertos o heridos por accidentes de tránsito, con las víctimas de asaltos y arrebatos, con las mujeres y niños golpeados dentro de sus hogares, con los ancianitos en abandono, con los loquitos que caminan desnudos en las calles, con los enfermos en los hospitales públicos, con los niños que venden golosinas en los semáforos, con las niñas y adolescentes que son víctimas de trata, con los jóvenes que se consumen en vida perdidos en el mundo de las drogas y el alcohol, con los presos, a todos ellos, a nosotros, a nuestros hermanos, a nuestros hijos, a todos en este país nos golpean diariamente con violencia, con los puños, con un vehículo, con las armas, con las drogas, con el licor, con las coimas, amenazas y extorsiones, también con palabras e insultos que dañan más que las balas; todo esto es lo que ocasiona el mal de la violencia que nos golpea más duro que el mayor de los tornados que haya existido sobre la tierra, porque el daño que causa a la sociedad no es sobre los edificios y casas que si se caen o derrumban podemos levantarlos, no, el daño que causa es en el alma, en la conciencia, en la exigencia de bien que todos tenemos, pero que muy pocos escuchamos, y menos aún obedecemos.
Necesitamos extinguir las llamas de la violencia que consume nuestro tejido social, no es justo para Eyvi, para Olivia, ni nadie, incluso ni para el más desquiciado delincuente, el ser consumidos por las llamas de la violencia. Nuestros hijos están creciendo en medio de esto, ¿acaso queremos que se acostumbren a esta realidad perversa?, ¿acaso queremos que ellos vean como algo normal quemar a una persona?, ¡no!, esto no es violencia de género, ni machismo, ni enfermedad mental, ni locura, ni esquizofrenia, ni heteronomia, ¡no!, esto es la consecuencia de la violencia que cometemos por la involución humana que nos despierta lo más animal y reptil de nuestro ser, y la única forma de recuperarnos es a través de la razón, del buen juicio, y esto se adquiere con educación, con valores, con medios de comunicación y líderes de opinión que cumplan su verdadero rol social, con buenas escuelas y buenos maestros, con deporte, con cultura, con el arte, con políticas de estado orientadas al bien común, esto es lo que necesitamos para curarnos, para evolucionar, para crecer, para desarrollarnos como buenos seres humanos.
No permitamos que la violencia nos siga quemando vivos, y nosotros sin darnos cuenta.