En los últimos días, a propósito de la excarcelación de Osmán Morote y Margot Liendo, dos cabecillas terroristas de Sendero Luminoso, muchos personajes de la política y los medios de comunicación hemos hablado al respecto, la gran mayoría ha expresado su indignación por la liberación de estos protagonistas de la peor etapa de terror que vivió el Perú y que arrastró consigo muchas vidas de gente inocente. No sólo Tarata fue uno de los mayores atentados que sufrimos, también el interior del país sufrió el demencial ataque del terrorismo que, con bombas, secuestros, masacres y desapariciones, desangró las familias de miles de peruanos, hombres, mujeres y niños que murieron, y otros tantos que sobrevivieron pero que llevan consigo el dolor profundo que se impregnó para siempre en sus almas al ser víctimas de aquella época que jamás debe repetirse en nuestra historia.
El gobierno de entonces y las fuerzas del orden lograron capturar a los principales cabecillas de esta organización del terror, la justicia peruana se encargó de condenarlos y ponerlos tras las rejas, con condenas severas, 25, 30, 35 años e incluso cadena perpetua, y luego vino la calma, la tan anhela paz, no más bombas, ni apagones, ni desapariciones, sin embargo, el tiempo continúa su paso, al mismo ritmo, sin detenerse.
Han pasado más de 25 años de la captura del siglo cuando vimos a Abimael Guzmán con su traje a rayas capturado por valientes policías, luego seguimos el juicio hasta su condena a cadena perpetua, y quizás con menos atención, las condenas menos severas a los miembros de su cúpula, peor aún a los otros, igual de sanguinarios y autores de los peores crímenes que terminaron en las cárceles, y quizás muchos dijimos: ¡está bien que vayan presos!, ¡que se pudran en la cárcel!, ¡que no salgan nunca!, ¡que paguen por sus crímenes!, incluso otras voces exigieron pena de muerte para ellos, sin embargo, el tiempo continúa su paso, al mismo ritmo, sin detenerse.
Morote y Liendo ahora dejaron la cárcel, como muchos de ellos, ya pagaron sus condenas, sin reparar el daño causado, sin reparar a la sociedad el costo del terror que sembraron, así no más, con sus enjutos cuerpos, con sus manos bañadas de sangre, y lo que es peor, sin señales de cambio ni arrepentimiento, así salieron varios, así salen ellos, así seguirán saliendo los otros, los condenados, hasta que se cumpla el plazo, y nuevamente dejarán sus celdas y saldrán a la calle para encontrarse con un país distinto, mejor que antes, pero también para reencontrarse entre ellos, y lo que es peor, para ser recibidos por hombres y mujeres organizados, agrupados y dispuestos a continuar con sus planes de reivindicación de sus modelos de pensamiento, jóvenes que han participado en marchas, que están tomando los comedores de las universidades, que se confunden en medio de los comités de defensa, los antimineros, los antiderecha, los antigobierno, y demás “anti”.
Han pasado más de 25 años y ¿qué hemos hecho?, un estudiante de secundaria confunde el rostro de Abimael Guzmán con Miguel Grau, otros no tienen idea de quién es Morote y menos de quién es Liendo, no saben de apagones, no saben de coches bomba, solo reconocen la violencia que se muestra en pastillas de dos minutos en los noticieros cotidianos: asaltos, feminicidios, violaciones, muertos en accidentes de tránsito; es decir, drogas, inseguridad y corrupción, son las preocupaciones de los jóvenes de hoy; el terrorismo es una entelequia como probablemente sea para mí un gobierno militar como los que hubo en el país antes de mi existencia.
Varios expertos aseguran que el terrorismo en el Perú surgió como consecuencia de la pobreza extrema que existía, por la ausencia del Estado y por la falta de atención a las necesidades básicas en las zonas más vulnerables, estos fueron los argumentos que dieron lugar al pensamiento Gonzalo y su búsqueda de conquista del poder por medio del terror y el fusil.
Y si extrapolamos esa realidad a nuestros tiempos entonces podemos encontrar pobreza en la educación de la actual y nuevas generaciones, en lugar de ausencia tenemos incapacidad del Estado, además dela falta de presupuesto para atender las necesidades básicas de las poblaciones más vulnerables; todo esto está dando lugar a una cultura de odio entre los peruanos, contra las instituciones y contra los políticos y autoridades, entonces, ¿esto no es un escenario similar que pueda dar lugar a nuevos pensamientos anarquistas, o “revolucionarios”, que ven en las armas y la fuerza como la única manera de tomar el poder para luego intentar fundar un Perú nuevo?, ¿acaso no escuchamos voces que piden cerrar el Congreso, matar a los violadores, o meter presos a todos los políticos?
Han pasado más de 25 años y no nos hemos ocupado de la mente de los peruanos, es momento de tomar acción para enfrentar de una vez por todas al terrorismo de antes y al terrorismo de estos tiempos. Solo la buena educación, con una verdadera cultura de valores, donde el conocimiento, la investigación, la innovación, la creatividad y el deporte deben ser los cinco ejes transversales de un nuevo modelo educativo orientado a desarrollar al máximo el talento que tenemos los peruanos, pero un talento que luego debe ponerse al servicio de la sociedad, para el bien común, con sentido de nación y en armonía con nuestro medio ambiente.
El presidente Vizcarra sabe perfectamente de la verdadera transformación que genera la educación en una región, y ahora tiene la oportunidad para que en estos tres años de gobierno que le quedan pueda gestar la verdadera transformación de la educación en el país que tanto queremos.
Señor Presidente, priorice la educación y el deporte, y su legado al Perú realmente será trascendente, porque nos permitirá dejar atrás el terrorismo de antes y el de ahora, ¡no perdamos más tiempo!
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