Debo confesar que escribo esta columna algo apenado. Ingresé a la política con el ánimo de contribuir al progreso de nuestro país con una actitud propositiva y dialogante, orientada a cautelar los intereses de las mayorías, para de este modo cambiar la imagen de los políticos, manteniendo un discurso tolerante, sin insultos ni calumnias. Sin embargo, desde que fui elegido congresista y hasta el día de hoy, encontré una realidad distinta: no existían propuestas, ideales, ni siquiera convicciones en algunos políticos del gobierno.
Desde el primer día, anunciamos que colaboraríamos para el éxito de la gestión gubernamental, conscientes de que sus logros beneficiarían al pueblo peruano; pero también advertimos que ―fieles al mandato popular― seríamos rigurosos fiscalizadores; ante lo cual, ellos respondieron llamándonos “obstruccionistas” y cuando legítimamente ejercimos el control político, nos tildaron de “golpistas”.
No exagero cuando digo que la forma de hacer política de algunos connotados integrantes del gobierno era intransigente, con un espíritu de secta y de confrontación, que entorpecía permanentemente los numerosos intentos de concertación de los funcionarios gubernamentales que sí estaban dispuestos a propiciar una fructífera colaboración entre el Ejecutivo y el Congreso.
En esa invariable posición de enfrentamiento, los primeros tuvieron la complicidad de un grupo de “periodistas dizque independientes”, los odiadores de siempre, los mismos que hoy, tergiversando la Constitución, pretenden confundir a la ciudadanía pidiendo que se vayan todos. No señores, solo se irán los corruptos, los coimeros de cuello blanco y los sicarios de la política; y se quedarán aquellos que desde un principio utilizaron los instrumentos constitucionales para controlar al poder político. Les guste o no, se respetará la Constitución hasta el final. Así debe ser.
A pesar de la frustración de algunas expectativas, encontramos pequeñas satisfacciones: como la comprobación de que el sistema político funciona ―no tan rápido como quisiéramos― pero está obteniendo resultados y deteniendo poco a poco la metástasis de la corrupción; y también saber que quien asume el mando del país, en este dificilísimo escenario, es mucho mejor que el indigno señor PPK.
Al presidente Vizcarra le digo que no está solo en esta lucha por el desarrollo del país y contra la corrupción generalizada que nos carcome y genera fundada desconfianza en la ciudadanía. El Congreso no será su enemigo Presidente Vizcarra, no podría serlo porque está integrado por demócratas; pero tampoco será su mesa de partes, ni su cómplice en actos indebidos. Estaremos a sus órdenes para sacar adelante el país y sobre todo para combatir la corrupción; pero asimismo, estaremos listos a denunciar cualquier corruptela o acto ilícito.
Si usted actúa con honestidad, con rectitud y hace el gobierno para el cual el pueblo lo eligió, entonces el Congreso será su aliado. Recuerde en todo momento que tiene la oportunidad histórica de ser la luz al final del túnel.