A propósito del reciente caso de la muerte de Jimenita, en manos de un psicópata que ya tenía antecedentes en estos oscuros menesteres, cometen un grave error nuestras autoridades de turno, si pretenden convertir este flagelo social en una nota periodística conmovedora a difundir en los medios de prensa, donde quienes deberían plantear soluciones concretas se echan a llorar como Magdalenas, sin dar una respuesta contundente que nos permita enfrentar a estos enemigos del orden y la paz social.
Cometen un error los estrategas de comunicación del gobierno, porque si bien el llanto puede ser interpretado como un gesto de compromiso y conmoción frente a lo sucedido (así parecen interpretarlo la Premier Aráoz cuando llora a moco tendido con los padres de Jimenita, o la ministra de la Mujer cuando se pone a llorar en vivo en plena entrevista en un set de televisión); puede ser interpretado también como impotencia y desolación. Y eso es precisamente lo que no buscan los ciudadanos en sus autoridades. No quieren que sean como uno, sino que se muestren fuertes y capaces de solucionar los problemas que aquejan a las mayorías.
Sería importante, por ello, que los comunicadores de Palacio le echen una miradita a las interpretaciones que tienen los peruanos del llanto, de manera que sepan en qué medida utilizar este recurso y en qué momento usarlo. Si elaboramos estrategias de marketing público en función a momentos afectivos que refuerzan por un instante el perfil de los políticos corremos el riesgo de confundir nuevamente la comunicación gubernamental con el marketing político.
La diferencia es muy clara. El marketing político oferta políticos. El marketing público debería comunicar una plataforma de servicios públicos que el Estado pone a disposición de los ciudadanos. El marketing político piensa en votos y cifras de popularidad en las encuestas y se enfoca en procesos electorales, principalmente. El marketing público piensa en satisfacción ciudadana y conocimiento de los mismos sobre programas públicos de apoyo social y servicio público. Su naturaleza comunicacional es distinta. Pero los une obviamente la misma persona: el líder político que recibe el encargo de quien ganó la elección de hacer gerencia pública.
Cuidemos mucho estos aspectos. No vaya a ser que por pensar en el corto plazo y la inmediatez del cargo público y del personaje político, dejemos de construir instituciones sólidas que, finalmente, son las que deben dar soporte a los ciudadanos para darle continuidad y vitalidad a nuestras sociedades. Salvo que realmente queramos destruirlas por completo. Si es así, vamos por buen camino. Solo faltaría que en unas semanas veamos también al ministro del Interior en un microondas llorando. Eso sí sería fatal.
El gran problema de ver a nuestras autoridades llorando desconsoladas, sin acompañar este llanto de soluciones concretas y políticas públicas eficientes, es que las 2,654 denuncias de personas desaparecidas el 2017 no quedarán satisfechas con el solo llanto de nuestros gobernantes. Necesitan respuestas. Y las autoridades están obligadas a darlas de inmediato.
Publicado originalmente en el blog de Atik Consultores.