La corrupción, desde sus formas más simples hasta las más complejas, está oscureciendo los días y el futuro de nuestro país. Los jóvenes de hoy ven con naturalidad el uso de cualquier ventaja frente al otro para obtener un beneficio particular. Desde una “atención” a un empleado público, la gaseosita al policía, el sol al vigilante que te deja estacionar en un estacionamiento privado, el colarse en la fila, hasta el sobrecito con billetes para el secretario de un juzgado, o los regalos para los operadores logísticos, hasta los porcentajes negociados por cada orden de servicio o de compra, o a cambio de la adjudicación de la buena pro en las licitaciones y obras públicas.
Hoy en día la salud, la educación y la justicia dejaron de ser derechos fundamentales para convertirse en negocios redondos. Hoy la gestión pública es una puerta de acceso a un festín de recursos del Estado y privilegios asociados al uso y abuso del cargo, de la autoridad, del poder. Ser congresista, ministro, gobernador o alcalde no es un premio y reconocimiento al buen ciudadano, sino todo lo contrario, algunos bancos los llaman PEP, una especie de “personas envueltas en problemas”, por eso sus cuentas, créditos y transacciones bancarias exigen una vigilancia especial.
Esa corrupción que afecta el tejido social de estos tiempos es la consecuencia de la renuncia o la eterna postergación de una verdadera política de educación y desarrollo de la cultura en el país. Los gobiernos de las últimas décadas han preferido invertir en cemento, industria, negocios, la construcción de edificios, carreteras, puentes, hospitales, colegios, y más; pero han dejado de lado la inversión en los peruanos, en una sana alimentación, en una real educación, en la mente de nuestros compatriotas, en la formación de buenos ciudadanos, en la evolución de nuestra cultura para convertirnos en personas de bien en lugar de personas interesadas.
Hoy nuestros hijos desde el colegio aprenden a “competir” contra sus compañeros de aula, la mejor nota es casi sinónimo de ser mejor que el resto; en las universidades el conocimiento, el pensamiento propio, crítico y experimental, está siendo reemplazado por la acumulación de títulos o grados académicos, con menciones y doble certificación internacional, y demás “ventajas” a buen precio; en el trabajo los “pepe el vivo”, los “pendejos”, o las “más ricas”, las que “se prestan”, son los que ganan más; mientras los honestos, los que no roban, los que actúan con valores, los que “no se prestan”, son los “idiotas”, los marginados, los señalados, los que no ascienden, los que tienen que hacer el trabajo real.
La escritora Alisa Zinóvievna, conocida como Ayn Rand, escribió en su novela La rebelión de Atlas una frase que se ajusta plenamente a nuestra realidad: «cuando adviertas que para producir necesitas obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por su trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un auto sacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada». Aunque parece un texto de actualidad, fue escrito por Rand en 1950.
El cáncer de la corrupción no es una característica de la sociedad peruana únicamente. América Latina es un testimonio pandémico de ello, la corrupción es la fiebre, el narcotráfico el dolor de huesos, el sicariato los estornudos, la violencia cotidiana es la tembladera, los feminicidios el delirio. Todos son los padecimientos de la crisis de valores que arrastramos en nuestras entrañas hace varias décadas.
El desarrollo del país se mide por el crecimiento del PBI, por la balanza comercial, por las inversiones, por la ejecución presupuestal del Estado, por los negocios y los índices de riesgo país, cifras que van bien en el Perú. Sin embargo, los indicadores de desarrollo humano, así como los niveles de educación, civismo, respeto, responsabilidad social y ambiental, ética, honestidad, moral, justicia, seguridad humana, gobernabilidad y gobernanza, están muy por debajo de la media mundial.
“Corrupción en las torres más altas. Corrupción del sistema. Corruptos recompensados. Pero el poder no sabe nada. Seguimos avanzando. Esta sociedad está condenada. Porque no hay barrenderos que limpien. O hay muy pocos. Ayn Rand lo pronosticó en 1950. No importa. No le haremos caso. (…) Uno no puede por menos que hundirse en la silla y mirar al techo blanco del estudio con la resignación en la frente porque no hay cita que mejor refleje la verdad de la sociedad actual”, escribió hace un año el periodista español Eladio del Prado luego de leer y releer a Ayn Rand, y tiene razón, si no resolvemos cuanto antes esta crisis de valores que padecemos, seguiremos siendo una sociedad condenada.