Mi amigo Henry Rafael propone “Recomponer para Reconciliar” si queremos reconstruir una sociedad democrática en función a la honestidad. Sugiere que la comunicación política y de gobierno sea inteligente, efectiva y eficiente. Que se asuma como un “deber ser” que vaya más allá de su sentido estratégico. Pero equivoca la ruta, porque confunde análisis social con acción política.
La realidad social tiene dos formas de ser abordada: Una epistemológica que responde preguntas existenciales. ¿Qué es primero: el huevo o la gallina? Este debate siempre termina en propuestas éticas y morales, en una discusión de principios que llevan al adjetivo (si es alturado) o al insulto (si carece de conocimientos básicos). Otra ontológica que describe los hechos tal como ocurren, sin deseos ocultos ni adjetivos. Constata la realidad y utiliza razonamientos que permitan conocer cómo impactan los actos de unos sobre los demás.
Esta diferencia de perspectivas suele llevarnos a la confusión que hoy sufre mi amigo Henry Rafael. Suele cegar la visión analítica de los hechos y llevarnos a conclusiones sesgadas y a suponer que la solución de una crisis política pasa, necesariamente, por reconciliar distintas posiciones respecto a los hechos que tenemos al frente.
No le falta razón a Rafael cuando concluye que los grupos dominantes en la sociedad peruana (políticos, autoridades, periodistas y empresarios) deben hacer un esfuerzo por encontrar discursos que los acerquen a la ciudadanía. Sin embargo, comete un error metodológico cuando supone que el único camino para solucionar esta crisis es la reconciliación. Podría ser también que agudizar las contradicciones y fomentar la confrontación y el enfrentamiento entre estos principios, ahora encontrados, sea otra vía de solución para superar la actual coyuntura política.
¿Por qué suponer que estamos listos para reconciliarnos? ¿Por qué suponer que ese camino es el único que nos permitirá fortalecer nuestra democracia? ¿Por qué suponer que las percepciones que tienen nuestra clase política, periodistas y élite empresarial sobre la realidad coinciden con las percepciones que tienen el resto de peruanos?
Si hiciéramos estudios un poco más profundos de nuestro imaginario popular, seguramente encontraríamos un “sentido común” totalmente apartado del discurso político de la élite oficial.
Nos encontraríamos, tal vez, con un sector popular al que la política le es totalmente indiferente. Eso tiene lógica cuando constatamos, a diario, que a las grandes mayorías poco les importan las decisiones políticas de una élite que se aparta cada vez más del sentir popular. ¿Qué significado tiene la NO vacancia de PPK para estos segmentos populares? ¿Qué significado tiene el Indulto a Alberto Fujimori para esos millones de peruanos que no forman su opinión con noticieros ni diarios, sino que lo hacen viendo Esto es Guerra y Combate?
Si analizamos con mayor detenimiento nuestra historia política encontraremos momentos claves que fueron definiendo el rumbo de nuestra democracia. Veremos que la historia cotidiana del peruano de a pie va en un sentido distinto al que redactan las élites políticas y gubernamentales que gobiernan el Perú hace 30 años.
Tal vez un análisis sin apasionamientos nos permita ver que el “antifujimorismo” logró convertirse en una corriente de opinión que seduce a sectores medios altos y altos de la sociedad peruana, e incluso mantiene su vigencia en una nueva generación. Pero carece de propuesta política y programática. Simplemente desarrolló un discurso de sentido común en negación al fujimorismo, hoy conocido como “Albertismo”.
Veríamos también que el nuevo fujimorismo que sostiene Keiko Fujimori, en negación al accionar poco ético del fujimorismo de su padre y líder histórico, optó por construir un partido institucional y lo alimentó con relativo éxito durante 10 años, pero lamentablemente carece de un discurso político y un sentido común que termine por conectarlos con la percepción de la mayoría de peruanos.
Ambos, fujimorismo y antifujimorismo, desarrollaron los últimos 15 años lo que desea el otro. Al primero le falta un “sentido común” que alimente su pensamiento político, y al segundo le hace falta una organización política capaz de convertirse su queja en acción programática y electoral.
Lo cierto es que si buscamos un punto de encuentro debemos abandonar la estéril discusión de principios y entender, antes que nada, qué pasó los últimos 30 años con la dinámica política peruana.
Entender el significado del fujimorismo y el antifujimorismo como expresiones del pensamiento político, y analizar realmente si calaron en el imaginario popular. Abandonar la discusión en los medios de prensa y el discurso oficial, para dar paso a un verdadero análisis de preferencias y expectativas concretas en la gran mayoría de peruanos.
Sin resolver este dilema, cualquier debate o reconciliación elitista es absurda e inútil. Quedará atrapada en el ámbito de la historia oficial, sin reconocer las historias de carne y hueso que alimentan la historia real de los peruanos.
Por ello necesitamos recuperar nuestra historia y promover, a diferencia de lo que propone mi amigo Henry Rafael, un debate y conflicto de ideas respecto a la sociedad que realmente queremos los peruanos. Si eso supone fomentar la contradicción, pues bienvenida sea.
El año 2000, la caída del fujimorismo y sus vladivideos nos enfrentaron a una cruda realidad que evitamos confrontar por temor al conflicto. Pasamos por agua tibia este necesario shock de “honestidad”, como la llama Rafael, y la solución política frente a la corrupción extrema del fujimorismo en decadencia nos llevó a repetir su historia, mostrándonos un resultado que superó en magnitud esa realidad que hace 18 años quisimos superar.
Hoy, nuevamente tenemos la oportunidad de enfrentar los fantasmas del pasado. ¿Por qué tendríamos que evadir nuevamente este shock de honestidad con una reconciliación forzada que no tiene arraigo en las bases populares de nuestro Estado-Nación? ¿Por qué suponer que la vergüenza de nuestras élites es un recurso suficiente para dar por terminado este proceso de luto social?
Tal vez sea momento de enfrentar estos fantasmas de una vez por todas. Negar la realidad no nos hará libres ni democráticos. Las soluciones tácticas de nuestras élites no son necesariamente estratégicas si se trata de construir una identidad nacional.
Es fundamental ir más allá. Es fundamental escavar más hondo en el imaginario popular y comprender cómo están procesando los sectores populares este momento histórico que nos pone al frente de una situación crítica que nuestras autoridades prefieren evadir inconscientemente.
Tal vez sea momento para confrontar y debatir, momento para el conflicto y el desgarro, antes que para una reconciliación ficticia y desconectada del verdadero sentir de los peruanos, de esas grandes mayorías que prefieren ignorar la política y a los políticos, con el único objetivo de vivir, y conseguir esa dosis de felicidad popular que –en el Perú– aún no integramos como categoría social en el imaginario de nuestras élites.