El Perú requiere recomponer heridas, pero de manera respetuosa, realista y responsable. En un ambiente en el que el antagonismo ha monopolizado los medios de comunicación y las redes sociales, se hacen necesarias voces que busquen hallar algún punto de entendimiento entre peruanos y viabilice la recuperación de la confianza ciudadana en sus autoridades y su sistema democrático.
Esta responsabilidad no solo recae en quienes nos gobiernan. También recae en los partidos políticos, el sector empresarial, los líderes de opinión, los líderes gremiales y sociales, los jóvenes universitarios y las organizaciones de la sociedad civil. Todos tenemos un nivel de responsabilidad en la convulsión política y social que nos aqueja. Por ello, la recomposición del país nos toca a todos.
Esto lleva a pasar del insulto a la razón y de la razón a la acción, de manera seria y responsable. Dejar por ejemplo de tildar de terroristas a todo aquel que ejerce la protesta ciudadana, y de golpistas o fujimoristas a todo aquel que respalda al Presidente de la República. Eso no nos hace bien como sociedad. Por supuesto que hay razones de fondo que nos pueden llevar a hacer esos señalamientos, pero no es conveniente para el país adjetivarnos de esa forma en plena crisis política y social.
Debemos aceptar y respetar que hay un gran porcentaje de peruanos indignados por la forma como se ha indultado a Alberto Fujimori, y otro gran grupo de peruanos que, de manera sostenible durante tres procesos electorales, han respaldado al fujimorismo. Todos merecen respeto. Todos somos peruanos. Va a llegar el momento en que ese antagonismo termine. Y es rol del gobierno asumir el importante papel que le corresponde para que ese tiempo que llegue pronto.
Nos puede gustar o indignar la decisión del Presidente, y defender nuestras posiciones de la manera constitucional como mejor nos parezca, pero eso no tiene nada que ver con destruirnos entre peruanos. Se equivocan por ello quienes asumen el rol de vencidos o vencedores. Cuando el país está en crisis solo cabe la búsqueda de alternativas democráticas que viabilicen la gobernabilidad del país.
La honestidad es un valor clave para la solución de una crisis. Saber Comunicarla no solo es estratégico. Es un deber. Por el bien del país, la honestidad debe abrirse paso como único camino para recomponer la relación, cerrar heridas, y recuperar la confianza entre peruanos. Claro está, dentro del marco que la Constitución ampare, y con mecanismos de comunicación política y de gobierno inteligentes, efectivos y eficientes que pongan primero al ciudadano.