La vacancia nos enseña el camino hacia el futuro

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Vacancia PPK

El jueves pasado fue un día crucial para nuestro país y una prueba de fuego para las convicciones para los diversos Congresistas de la República, pues luego de semanas de contradicciones, mentiras, incertidumbre y silencios intermitentes por parte del señor Presidente de la República, se debatió y votó en el pleno del Congreso el pedido de vacancia por incapacidad moral permanente del señor Kuczynski, el mismo que fuera presentado por la bancada del Frente Amplio, y apoyado por diversas fuerzas políticas, entre ellas, por Fuerza Popular.

El señor Presidente tuvo más de dos horas para presentar tanto su defensa técnica como jurídica, junto a su abogado, dentro de las doce horas que duró el debate y que fue tiempo suficiente para evidenciar muchas verdades y sentar posiciones claras.

De acuerdo a la Constitución Política, para que el señor Presidente pueda ser vacado es necesario contar con al menos 87 votos de los 130 congresistas, siendo el resultado final del pasado jueves: 78 votos a favor, 19 en contra y 21 abstenciones. Es decir, sólo 19 Congresistas de la República creyeron firmemente que el señor Kuczynski no debía ser vacado y que debía seguir ejerciendo la primera magistratura del país.

Dejando de lado a la bancada de Nuevo Perú -que se retiró antes de la votación- y las de Peruanos por el Kambio y Frente Amplio que votaron en bloque, las otras Bancadas lamentablemente sufrieron ficciones a la interna. Este escenario se repitió con Acción Popular, la Cédula Parlamentaria Aprista -por la decisión contraria al acuerdo de su partido por parte de Jorge del Castillo y Luciana León- y la del pastor Julio Rosas y Benicio Ríos – en el caso de Alianza para el Progreso; pero, lo más resaltante fueron los 10 parlamentarios de Fuerza Popular que se optaron por la abstención.

El hecho de que estas bancadas no hayan votado en bloque nos trae una enorme decepción, justamente a propósito de lo que implica la “democracia de partidos”, concepto que está en formación en nuestro país, pero que el pasado jueves mostró un lamentable revés.

De acuerdo a Manin, en escenarios como el nuestro, con un electorado tan grande, es imposible que todos los candidatos tengan un vínculo directo o personal con los electores. Es decir, los ciudadanos ya no votan a quien conocen personalmente, sino a quien lleva los colores de un partido[1]. Es así que el elector ya no deposita su confianza, o por lo menos no de manera total, en una persona determinada, sino más bien en el partido a la cual pertenece, y con el que se supone comparte convicciones.

Entonces, bajo la premisa de que los candidatos, por ende los representantes elegidos por un mismo partido, comparten una misma visión en la conducción de la cosa pública, estos no votan de manera individual sino de acuerdo a los consensos logrados dentro de sus partidos, dado que el debate y la toma de decisiones se traslada del Pleno del Congreso a las reuniones partidarias.

Esto tiene una explicación práctica. Si las bancadas congresales no existieran y si las votaciones no se dieran en “bloque”, entonces cada acuerdo implicaría la necesidad de convencer a 130 congresistas y ya no a 5, 6 o 7 bancadas como cuerpos colegiados.

Lo visto el jueves, con los congresistas que desconocieron los acuerdos de sus bancadas en base a promesas cuyos alcances desconocemos, es una lamentable ruptura a estos principios referidos brevemente. Lo que queda es que los partidos, en aplicación de sus propias reglas de juego, se reúnan y determinen las medidas que adoptarán contra los congresistas que han transgredido las reglas de la “democracia de partidos”.

El partido político como institución es el que canaliza las demandas ciudadanas a las autoridades, por lo que desconocer los acuerdos partidarios es desconocer las demandas ciudadanas, y por lo tanto implica no honrar lo que el pueblo determinó con su voto, siendo esta una situación de especial gravedad. Esperemos que estas voces no alineadas no hayan respondido a otros incentivos que no sean políticos, pero si ese fuera en caso el tiempo permitirá conocer la verdad.

Finalmente, es obvio que estas situaciones nos llenan de sentimientos encontrados y evidencian una especie de defraudación de alto grado, al entenderse que obedecen a intereses distintos a los de su partido y posiblemente el de un país mejor, pero es obvio también que facilitan el camino del cambio y la necesidad de seguir mejorando, ello que muchos llaman esperanza. Ese es el camino que hemos elegido la mayoría, el de la esperanza, de la fe y la confianza, el camino por procurar un país mejor, un país libre de corrupción.

[1] MANIN, Bernard, Los principios del gobierno representativo. Alianza Editorial, Edición 2006. P. 146.

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