La semana que pasó fui a dar una charla a un grupo de estudiantes de quinto año de secundaria en el Callao, cerca de 250 jóvenes que terminan el colegio y pronto tomarán la decisión de estudiar alguna carrera técnica o profesional para que luego les permita construir su futuro en un mundo cada vez más complejo.
Una de las cosas que suelo pedirles a los jóvenes en estas charlas es que me describan en una sola palabra como ven a la sociedad actual. Y de inmediato se escuchan frases como: ¡corrupta!, violenta, inmoral, injusta, egoísta, indiferente, pobre, miserable, machista,… entre otras de similar connotación.
Es penoso ver que estos adolescentes empiecen una nueva etapa en sus vidas con una idea pesimista de lo que es el país. Es penoso también ver la naturalidad con la que expresan estas frases, sin mayor muestra de preocupación o indignación, ─simplemente es así, estamos jodidos como sociedad, y ustedes los periodistas también tienen la culpa porque eso es lo que nos muestran en la televisión, pura violencia y corrupción─ me dice uno de ellos, con tono desafiante y de reclamación.
El presentador del evento anunció mi participación como una charla motivacional, sin embargo, a los jóvenes no les parece interesar, se muestran indiferentes, más los hombres que las mujeres. La mayoría está pendiente de su celular o de los comentarios y murmullos que se dejan oír entre ellos y, en medio de risas y burlas, miradas pícaras y gestos de desaprobación o desprecio de lo que dicen algunos que se animan a participar, no es fácil captar la atención de todos y menos aún el interés por un tema que tiene que ver con ellos mismos: la necesidad de cultivar valores esenciales en los que muy pronto serán los responsables del desarrollo y el progreso ─o la involución─ de nuestra sociedad.
Durante la interacción con ellos se dio un momento particular que me llamó la atención. Luego de que todos asentían que la corrupción es un problema estructural en la sociedad peruana, les pedí que levanten la mano los que se consideran honestos, y menos de veinte lo hicieron. Insistí en pedirles que levanten la mano y entre ellos se miraban sin reaccionar, era claro que conscientemente me estaban respondiendo que la honestidad es una virtud escasa en los jóvenes que tenía al frente.
¿No es acaso una realidad que nos negamos a ver?, ¿no es acaso un claro indicador del fracaso del modelo de educación que tenemos?, ¿no es acaso una alerta para reaccionar de una vez por todas y corregir lo necesario con determinación, para evitar que la crisis de valores que padecemos siga afectando nuestro tejido social?
Lo que está sucediendo en la política, en el gobierno, en el congreso ¿no es acaso una situación similar? Estoy seguro que si les pedimos que levanten la mano a los expresidentes, congresistas, gobernadores o alcaldes que son honestos, es posible que sean muy pocos ─o quizá ninguno─, los que merezcan levantar la mano, aunque todos la levantarían como “gesto político”, pero realmente los honestos son muy pocos.
Una frase que circula por redes dice que “los políticos y los pañales deben ser cambiados con cierta frecuencia, ambos por la misma razón”, y los momentos difíciles que atraviesa el Perú parecen darle la razón.
El pedido de vacancia presidencial es uno de esos momentos de crisis que cuando no se tiene una verdadera institucionalidad democrática puede devenir en lo que cabe en los pañales, y como pasa con los bebés, cada vez que hacen lo propio y les incomoda, entonces se ponen a llorar o gritar, expresando su fastidio e incomodidad y, entonces, los padres que se dan cuenta de las causas acuden presurosos a cambiarles el pañal y desechar aquello que ya no sirve más.
¿Acaso esta situación de crisis institucional se resolverá cambiando de pañales cada vez que el congreso chillón haga su pataleta? Yo creo que no, porque no estamos viendo el problema de fondo, no estamos entendiendo que las actuales posiciones políticas (no digo deposiciones) lo único que hacen es debilitar nuestra democracia, precaria sin duda, pero democracia al fin.
Porque el llanto del congreso no se va a contentar con el cambio del pañal, luego querrá el cambio de chupón, y exigirá la música que mejor suene a sus oídos, y llorará para que le den todos los objetos (o instituciones) que les sea atractivo a sus ojos, todo aquello que les apetezca, sin siquiera encontrar un ápice de razón. ¿Ese es el camino que queremos para nuestro país? Yo creo que no.
Esperemos que la razón y la cordura escalen hasta la mente y las decisiones que deberán tomarse en el Congreso los próximos días, decisiones motivadas y fundamentadas en la Ley y los principios democráticos, no en el odio, tampoco en esta especie de “supremacismo naranja”, ni mucho menos por venganza. Creo que este momento de duelo histórico debe ser una oportunidad para repensar el modelo de gobierno que necesitamos en el Perú y para realmente conducirnos hacia un mejor futuro, no aquel que vivimos hoy como resultado de aquella frase que se repitió tantas veces en los noventa “Perú, país con futuro”, y miren el futuro que nos dejó.
Duele el Perú en este momento, duele el Perú por lo que hacemos mal, duele el Perú por lo que perdemos, pero más dolerá el Perú si ahora que tenemos una oportunidad de cambiar las cosas y curarnos de este mal, solo nos sentamos frente al televisor como testigos mudos del ocaso de nuestra democracia, esperando que aparezca un nuevo salvador dispuesto a enfrentar las pugnas por el poder, un salvador dispuesto a enfrentar con la esperanza y sus sueños de un país mejor, a aquellas campañas que se hacen con arroz, con tapers, con arreglos bajo la mesa, con promesas de obras, con cócteles, con aportantes falsos, y tantas mañas más, que poco a poco estamos descubriendo tapándonos la nariz por el hedor que emanan. ¡Esto es lo que duele más!