Uno de los graves problemas que padece la ciudad de Lima y las principales ciudades del país son esos miles de rostros de personas con discapacidad, mujeres con niños y adolescentes empobrecidos que, tristes y abandonados, deambulan por nuestras calles pidiendo falsas limosnas a cambio de nada. Intentan hacernos sentir lástima por ellos, un grupo que ―supuestamente, y según las estadísticas― formaría parte de poblaciones vulnerables que deberían ser atendidas por un Estado que sí se preocupe por ellos.
Pero con el tiempo y un sentido agudo de la observación, nos damos cuenta que estos rostros desvalidos son recurrentes. Vemos que despliegan patrones de conducta similares. Que operan en las mismas esquinas estratégicas de las ciudades. Que coordinan a distintos niveles jerárquicos, demostrando que los recolectores dan cuenta del monto a sus superiores.
Entonces nos damos cuenta que se trata de mafias criminales organizadas para asaltarnos a diario con el miedo y la sorpresa, que se convierten en armas mucho más mortales que las que expulsan balas en las zonas peligrosas de estas mismas ciudades. Entonces descubrimos que tras esos rostros que dan lástima se esconden criminales muy bien organizados que, abusando de menores, ancianos y discapacitados, reúnen fortunas cuyo destino final desconocemos.
¿Y nuestras autoridades? ¡Bien gracias! Nos acostumbramos a convivir con ellos sin que nos cause ningún malestar. No porque sean diferentes, sino porque ningún ser humano debería estar abandonado en nuestras calles a su suerte, sin recibir el apoyo de un aparato burocrático que vive de nuestros impuestos, dinero que pagamos mes a mes para que hagan algo por ellos ―si es que realmente están desvalidos.
Solo en la ciudad de Lima se estima que más de mil niños piden limosna en las calles. Según estadísticas oficiales, más de un millón y medio de niños son obligados a trabajar en condiciones de explotación en todo el país. La mitad de ellos tiene entre 6 y 13 años.
No es justo, por ello, que no se nos mueva un dedo cuando vemos a esos falsos mendigos en nuestras calles. Ni por indignación, ni por cólera, ni por asco frente a un atropello contra los derechos humanos que ocurre a diario frente a nuestros ojos.
¡Basta de tanta indiferencia! Este fenómeno social que requiere de una investigación a nivel de mafias ilegales, exige una intervención multisectorial e integrada de todos los poderes del Estado. Nunca podremos vencer esta miserable práctica con acciones aisladas, pensando que una leve represión policial es suficiente. ¿Qué esperamos?