Ana llegó presurosa al aeropuerto, el tráfico de aquella tarde del último sábado agudizó su ansiedad, una vez dentro del Jorge Chávez buscaba desesperadamente con la mirada a Karlita, la menor de sus cuatro hermanas, no sabía si debía llamarla o solo escribirle por WhatsApp. Fueron unos diez minutos de desesperación, hasta que Karlita cruzó la puerta, venía sola y con una pequeña mochila en la espalda.
─Pensé que te había sucedido algo, ¡estaba asustada!―, le dijo Ana a su hermana de 22 años.
─No puedo creer que ya estoy aquí, vamos rápido para registrarme― contestó, y presurosas trataron de llegar a la cola para hacer su chequeo en ventanilla.
─ ¿Trae equipaje, señorita?
─No, solo esta mochila.
─Está bien, vaya a la zona de embarque, puerta 24, que tenga buen viaje.
Karlita estaba asustada, quería subir cuanto antes al avión que la llevaría a Colombia, donde Juana, otra de sus hermanas, había logrado establecerse hace dos años en Bogotá, luego de atravesar una situación similar.
Ana tiene 36 años, es la mayor de todas, se vino a Lima dejando su ciudad natal Pucallpa para trabajar como empleada del hogar en una casa, tenía a su cargo el cuidado de dos niños. Con el poco dinero que ganaba y con la ayuda de los dueños de la casa, pudo traer una a una a sus hermanas para que estudien y también trabajen como empleadas del hogar. Karlita vino a Lima desde los quince años, entre ellas se ayudaban en sus tareas y obligaciones, y algunas familias donde trabajaban les permitieron acabar la secundaria y alguna carrera técnica.
A pesar de las dificultades que enfrentaban cada día, ellas siempre están contentas, de buen ánimo y carácter alegre. “Así somos en mi tierra”, suele decir Ana de vez en cuando.
Karlita logró terminar sus estudios de técnica en enfermería, cuando conoció a Javier, un hombre diez años mayor, ella tenía veinte años. Él la convenció de que se fueran a vivir juntos en un cuarto alquilado, desde entonces empezó a controlar su vida, no le permitía salir, tampoco visitar a sus hermanas, le quitó su tarjeta de débito y su clave, controlando la cuenta de haberes de la clínica donde trabajaba, le quitó todos sus ahorros y permanentemente le revisaba su celular reclamándole por las llamadas o mensajes que recibía. Ella se sentía atrapada en una relación tormentosa, él trabaja en una empresa de seguridad, tiene un arma que siempre lleva consigo, y siempre se muestra celoso y agresivo.
Karlita trataba de llevar la relación de la manera más apacible, nunca le reclamó algo, solo se quedaba callada y no respondía a las humillaciones que recibía de este agente de seguridad con desvaríos de hombre engañado. Alguna vez ella también revisó el celular de Javier, desde entonces, sospecha que tiene otra relación de pareja, pero nunca se atrevió a preguntarle siquiera.
Sus hermanas corrieron similar suerte, sus parejas eran posesivas, en algunos casos llegaron a agredirlas físicamente. Karlita ya conocía las historias de sus hermanas mayores y siempre se repetía que ella no permitiría sufrir como ellas.
Por eso decidió huir de Javier, su hermana Juana también lo hizo y se fue a Colombia escapando de un médico que la tenía como si fuera su esclava, y ahora se ayudarán mutuamente para rehacer sus vidas en otro país, no tan lejos, pero por lo menos en un lugar distante de aquellos recuerdos de duros momentos que tuvieron que soportar en la capital peruana.
Aún no sabemos cuál será la reacción de Javier, ella no llevó consigo ni siquiera su ropa para que él no sospeche de su viaje, y tampoco para llevar con ella ningún recuerdo de la angustia y miedo que siempre oprimía su pecho cada vez que llegaba al cuarto.
Esta historia es tristemente real, solo los nombres son diferentes. Cuando le pregunté a Ana por qué no acudieron a la comisaría o al Ministerio de la Mujer, simplemente me responde: “Porque ellos no hacen nada, ni siquiera te escuchan o te entienden, es una pérdida de tiempo nomás”.
En los últimos ocho años, en el Perú se han registrado más de un millón de denuncias por violencia familiar. En lo que va del año, la Fiscalía recibió más de 17 mil denuncias por violación sexual. Este 25 de noviembre muchas mujeres víctimas de la violencia han salido a marchar. Muchas autoridades expresan su indignación ante estas cifras de horror, pero al final del día, las noticias dan cuenta de dos mujeres acuchilladas, otra de 24 años encontrada sin vida en un auto que acaba de chocar y el chofer se va caminando tranquilamente abandonando su atroz escenario de muerte y tragedia.
Las voces de muchos exigen penas más severas a estos criminales, mientras, la solución a la raíz de este problema sigue postergado, sin debate, sin acciones concretas, ¿acaso no entendemos que estas cifras de muerte son consecuencias de una cultura de poco o nada de respeto al prójimo, a la familia, a la mujer, al ser amado? Entonces es aquí donde debemos trabajar con todo el aparato del Estado. Esta es la verdadera reconstrucción de la sociedad que necesitamos los peruanos. Esta es la prioridad que debe atender el gobierno en todas sus instancias. Necesitamos promover una cultura de respeto y recuperación del valor de la familia, y combatir la impunidad de la violencia de cada día.