El mayor capital de un político es su pensamiento, sus ideas, sus creencias y convicciones. Sus dichos y hechos son el testimonio de las virtudes y defectos que cada político tiene y entrega al servicio de la sociedad. Debemos suponer que los políticos peruanos son hombres y mujeres que han decidido entregarse al servicio público para contribuir a la construcción de aquella sociedad que, desde sus particulares puntos de vista, merecemos todos los peruanos.
El tejido social en nuestro país está compuesto por: el territorio que nos pertenece; por todos los peruanos que a diario desarrollamos nuestras actividades sociales, culturales y económicas, tanto en el ámbito público como privado; y por el Estado y su complejo sistema organizado. Un tejido social integrado con el propósito de lograr que el ser humano y su entorno pervivan en armonía, con libertad, con respeto al otro, con normas y reglas de conducta establecidas para conducirnos hacia el bien común, y con estricto respeto a nuestros derechos contemplados en la Constitución y, sobre todo, a nuestra condición humana.
Para que nuestro tejido social se mantenga sano, para que se desarrolle adecuadamente y para que nos brinde bienestar a todos los que formamos parte de él, es necesario que identifiquemos tres factores importantes que la constituyen. El primero es el núcleo de esta sociedad que todos conocemos como la familia, aquella compuesta en su estructura básica por los padres e hijos que viven juntos en una vivienda, dentro de una comunidad y en un espacio común. En segundo lugar está la educación y la cultura, es decir, lo que aprendemos y lo que hacemos cada día, en nuestros hogares, colegios, universidades, centros de trabajo y durante el ocio. Y en tercer lugar está la política, esa actividad que nos involucra a todos, incluso a los que prefieren mantenerse alejados de ella, porque incluso el distanciamiento de la política de nuestros tiempos ya es una manera de hacer política en el Perú.
En el tejido social podemos decir entonces que la familia es el órgano esencial, la educación y la cultura son el código genético de la sociedad, y la política es el oxígeno que fluye a través de él para mantener vivo a este complejo sistema organizado.
El político entonces es el portador del poder que mantiene vivo a nuestra sociedad, es aquel que recibe directamente la responsabilidad de dirigir y conducir el oxígeno necesario y suficiente a cada célula del tejido social (a cada familia), para que se alimente y viva con dignidad, con igualdad de oportunidades, con acceso a los servicios básicos y esenciales que garanticen la vida digna de sus integrantes. Por lo tanto, el político con sus dichos y hechos impactan directamente en la salud de nuestra sociedad.
Como todo sistema vivo y organizado, también está expuesto a sufrir amenazas internas y externas. Para eso tenemos un sistema de defensa que debe protegernos de las amenazas externas como las que generan la violencia, el terrorismo, narcotráfico, crimen organizado, e incluso los eventos extremos de la naturaleza, situaciones que nos obligan a utilizar nuestra inteligencia para encontrar formas de combatir estos males exógenos y mitigar sus consecuencias.
Pero cuando las amenazas son internas, el riesgo del daño que puede ocasionar es mayor, porque han penetrado el tejido social, se han instalado como un cáncer letal y empiezan a utilizar el mismo tejido para corromperlo, para contaminarlo, siendo la familia el órgano que sufre el mayor daño. Un ejemplo de este mal es la crisis de valores que padecemos, cuyas secuelas se reflejan en la corrupción, el desprecio por la vida, el desprecio al prójimo, y su piogenia es el crimen, el robo, la vejación, la agresión, la violación, el insulto, la envidia, la intolerancia, la humillación y la discriminación. Estos son unos pocos, pero recurrentes síntomas que todos los días se muestran abiertamente, y con publicidad morbosa incluida, gracias a los medios de comunicación que no terminan de entender el rol que cumplen en la sociedad.
Y aquí es donde se ve la tarea que deben cumplir los políticos, ellos son los responsables de llevar el oxígeno para curar y mantener vivo el tejido social que sufre enfermo en su lecho. Aunque en el Perú, muchos políticos no entienden que su deber es mantener vivo este tejido y combatir frontalmente aquellas amenazas internas y externas, porque tienen el poder y las facultades para hacerlo, para eso fueron elegidos, ese es su rol, y el bienestar de las familias peruanas debe ser su principal objetivo.
Lamentablemente, algunos de los políticos elegidos creen que su rol es convertirse en amenazas internas, basta escucharlo o leer los tuits del congresista Becerril, por poner un ejemplo, para darnos cuenta que su labor se aleja totalmente del deber que le corresponde. No, congresista, usted no ha sido elegido para enfrentar más a los peruanos. La política tiene como fin supremo la convivencia pacífica de sus pueblos y en armonía con su entorno, respirando con libertad, paz, amor y respeto, incluso al que no piensa como uno. Así sea de izquierda, centro o derecha, católico, ateo o agnóstico, todos, absolutamente todos, merecemos respeto, los rojos, azules y verdes, los de arriba y los de abajo, los elegidos y los que los elijen, las que censan y los censados, incluso los que aún no han sido censados. Todos merecemos respeto y es tarea obligatoria de ustedes, los políticos y de nosotros, los ciudadanos, hablarnos con respeto, con la verdad, sin ofendernos.
“Necesitamos una definición compartida de política, si no la entendemos no podemos mejorarla”, escribió alguna vez Víctor Lapuente Giné, politólogo de la Universidad de Gotemburgo. No sé si es rojo, caviar, marxista, capitalista o neoliberal, pero me queda claro que sabe de la verdadera política que las sociedades necesitan, así que por lo menos, tratemos de entender su buen consejo antes de criticarlo, como pasa últimamente en el Perú por cada cosa que se dice y se hace en este maravilloso país de hombres y mujeres que, a pesar de los políticos que tenemos, trabajamos para sacar adelante a nuestras familias y hacer realidad nuestros sueños.