El Perú, nuestro país, definitivamente requiere con urgencia consolidar los canales de comunicación, entre los diversos estamentos del gobierno y la población en general. El escenario contemporáneo nos hace recordar la historia bíblica de la Torre de Babel. Carecemos de una estructura dialogante.
Las autoridades y los ciudadanos estamos en veredas y frecuencias diferentes, hablamos idiomas diferentes, no sintonizamos, no compartimos la misma visión de futuro, y tampoco los objetivos. Muchos peruanos no se sienten parte del todo, no se sienten parte del Estado, se sienten excluidos y, por lo tanto, tampoco representados.
Los peruanos necesitan ser escuchados, dar a conocer sus malestares, sus propuestas y sus proyectos. Hay hambre de hablar, hay sed de ser escuchados, hay la necesidad de ser tomados en cuenta.
A pesar de los indicadores macroeconómicos que exhibe el gobierno, en la que dan a conocer la disminución de la pobreza, la reducción del analfabetismo, entre otros. En las provincias cercanas y lejanas de Lima se respira un aire de disconformidad, la situación es tensa, hay desesperanza en el porvenir.
Ante esa situación un mecanismo valioso e importante: el diálogo. Hay quienes son gobernados por sus emociones y son llevados a patear el tablero, descartando de esa manera la mínima posibilidad de sentarse a conversar sobre los diversos problemas. Por eso, el primer gran desafío que tenemos los peruanos es tener la capacidad de sentarnos a dialogar, de conversar de manera alturada, serena, con respeto y tolerancia.
“El diálogo proviene del griego διά (diá, a través) + λόγος (logos, palabra, discurso). Un diálogo puede consistir desde una amable conversación hasta una acalorada discusión sostenida entre los interlocutores”.
¿Por qué se hace difícil establecer el diálogo? A priori, podemos decir que los aspectos que obstaculizan lograr establecer este canal de comunicación son: “la voluntad de poder”, la soberbia, la intolerancia, la falta de voluntad, la negativa de llegar a la verdad, la intimidación, la sed de venganza, la falta de credibilidad, la retención de información, la falta de confianza y la retórica que muchas veces busca manipular la opinión.
Debemos tomar conciencia que el camino a seguir para consolidar la gobernabilidad es a través del diálogo, con una clara apertura sin reservas, y con la plena conciencia de encontrar la verdad. Con fervor patriótico y responsabilidad diseñemos un plan de acción, que nos permita despejar los obstáculos que dificultan establecer el diálogo, el mismo que debe permitirnos alcanzar la libertad, con justicia y paz social.