Es curioso que la guerra entre los hermanos Keiko y Kenji Fujimori se haya propuesto a la opinión pública como una guerra de ideas. Nada más alejado de la realidad. Se trata de una lucha explícita por ver quién debería quedarse al mando de la maquinaria política electoral más importante que hoy existe en el país.
Hace bien Kenji, por ello, en pensar detenidamente si le conviene salirse del partido o que lo expulsen. Fuera de ese ámbito de acción pierde seguidores, bases sociales, 10 años de experiencia en procesos electorales y el posicionamiento de una marca registrada que vale más que cualquier otra cosa: la K y el color naranja.
Keiko, por su parte, debe pensar detenidamente si le conviene mantener a su hermano dentro de la organización. Una guerra abierta contra ella, con él dentro, le hace mucho daño a su liderazgo, y no consolida jerarquías en su organización. Lo mejor para ella sería que si ocurre un sisma este ocurra hoy, y no un año antes del proceso electoral, cuando ya su capacidad de reacción sea insuficiente. Es más sano que hoy su peor enemigo político, su propio hermano, siga dentro de una organización que él considera le pertenece tanto como a ella.
Lo cierto es que sea cual sea el resultado de esta disputa por el poder al interior de Fuerza Popular, este terminará golpeado de todas maneras. ¿Será mejor y más sano que la ruptura ocurra hoy? Esa es la gran pregunta que deben responder las partes en disputa.
Eso no quita, por cierto, que la lideresa de Fuerza Popular recupere el terreno perdido este primer año de gobierno en su conexión con la gente. Esa que se refuerza con el contacto a diario, con la visita a campo, con el saludo de mano y beso con la población que la respalda. Si cae en el juego mediático y de redes sociales, respondiendo la agenda que le pone su hermano y el gobierno, difícilmente logrará ocupar nuevamente el lugar político ganado en 10 años de arduo trabajo al mando de Fuerza Popular.
Haría bien en nombrar ya un gabinete en la sombra que le permita discutir y proponer soluciones de gestión como contraparte del trabajo que realiza ya el Gabinete Araoz. No para criticar. El peruano está harto de eso en el ámbito político. Lo que quiere son soluciones concretas y propuestas realizables que la población vea como alternativas viables. O en el peor de los casos cumplir su promesa de presentar grandes reformas de Estado como paquetes legislativos. Lo que tiene que hacer sí o sí es marcar el ritmo de la agenda pública. De otro modo, su liderazgo estará condenado a ser un buen recuerdo de campañas electorales. No un modelo distinto de gestión política y de gobierno, como proponen sus seguidores.