Buenos días, señor presidente

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Foto: Andina

En la década de los 90 ─en radio Miraflores─ se transmitía un comentario editorial llamado “Buenos días, señor presidente”. Yo tenía apenas 18 años cuando lo escuché por primera vez en el noticiero El Momento, con la voz de Enrique Llamosas, y escrito por Ricardo Palma Michelsen.

Me llamó la atención cómo una persona a través de un medio de comunicación podía decirle directamente al Presidente lo que creía que estaba bien o estaba mal. Era un monólogo de unos cinco minutos, con singular agudeza y lenguaje, tiempo suficiente para expresar una idea concreta sobre la política de ese entonces y, claro, para criticar los desaciertos o destacar los aciertos del gobierno de turno.

Esta semana que pasó, 26 años después, veo que las cosas han retrocedido mucho. No solo un programa, sino varios programas, en radio, televisión, medios virtuales y algunos medios impresos, además de chats y redes sociales, descalifican al Presidente, ministros, congresistas, gobernadores, alcaldes, y a quien se les cruce por la cabeza; una libertad de expresión con licencia para el insulto, la diatriba, la ofensa, el vil señalamiento, la descalificación procaz al otro; y lo peor sucedió en el Congreso, en el debate por el voto de confianza de este jueves de temblores, cuando el poco seso y verborrea matonesca se alió con la inmunidad política, un escudo perverso que deja salir por sus fauces el hediondo olor de la politiquería de estos tiempos.

¿Es acaso la época de la política de cloaca la que merecemos?, ¿es acaso la época de la “supremacía política” que cree que ser de izquierda, caviar o rábano, es suficiente para merecerse una soflama que destila odio, discriminación y desprecio? Tan bajo ha caído la política peruana que los más “destacados” parlamentarios son reconocidos por sus bravatas, por su cacolalia, y hasta por su modorra escritura en sus obstinados tuits que solo reflejan su condición de cabestros.

En estos tiempos ya no se dice “buenos días, señor presidente”. En estos tiempos ya no vemos a la gente referirse con respeto al “señor ministro” o al “señor congresista”. En estos tiempos la imagen de un maestro, un policía, un juez o un fiscal no representan la dignidad, la admiración o la justicia. Parece que todo se puso de cabeza.

Lo único rescatable de este tiempo inverso es que la selección peruana está entre los cuatro calificados al mundial, después, lo demás está de cabeza y para mal, los servicios públicos son una muestra de ineficiencia y de indolencia. La justicia ni qué decir, el Poder Judicial ahora publicita la implementación del nuevo código penal como si fuera una oferta 2×1 de mercado en el Callao. El sector salud en lugar de curar se dedica a coimear. En algunos barrios populares el proselitismo se disfraza de audiencias públicas sobre el agua. En educación se resisten a ser evaluados. En la reconstrucción con cambios hacen cola los empresarios favoritos de todos los gobiernos para sacar sus buenas pro y seguir tercerizando por dos soles a los que hacen ─mal que bien─ el trabajo con lo poco que les dejan. Ese es el Perú que tenemos que cambiar.

Los congresistas deben entender que ellos son parte del gobierno. Ellos también fueron elegidos para ayudar al país a dejar de lado todo aquello que nos consume en la miseria, el hambre y la ignorancia. Sé que para la mayoría de ellos será difícil entenderlo, pero aún tengo esperanzas de que vendrán nuevos tiempos, tiempos nuevos de verdadera política.

Victor Lapuente Giné, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Gotemburgo, escribió alguna vez que la política no debe impregnarlo todo, como quiere el populismo. Ni tampoco tiene que evaporarse, como propone la tecnocracia. La política es lo que está en medio, entre el sistema y el individuo. Es la gestión de las reglas comunes y no de los nombres propios.

Este nuevo gabinete, liderado por Mercedes Aráoz, tiene que encontrar el equilibrio entre la buena política y la verdadera tecnocracia, tiene que demostrar ─en corto tiempo─ que el gobierno está enderezando el barco hacia un buen puerto, mientras que el Congreso, sobre todo Fuerza Popular, debe entender que la intransigencia y el obstruccionismo está demostrando a todos los peruanos que no están capacitados para gobernar, y nuevamente las urnas le pasarán la factura.

Cuidado que no aprendamos de la lección del “buenos días, señor presidente”, no vaya a ser que por la inacción, el enfrentamiento, la intransigencia, o por otras pusilánimes acciones propias de las ambiciones del poder y la corrupción, terminen convirtiéndose en “pan con mantequilla”, historias escritas desde la cárcel, esa prisión que hace de la soledad y la derrota sus mejores compañeras.

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