Algo que llama poderosamente la atención en estos días de convulsión social en las calles de Lima (protagonizada por los enfrentamientos entre maestros en huelga y policías) es la disputa pública entre el Premier (quien representa a esa tecnocracia financiera que hoy concentra el poder en el gobierno) con representantes de la bancada oficialista en el Congreso. Si quisiéramos ser más explícitos… entre Fernando Zavala y Gilbert Violeta, por citar los nombres más representativos.
Preocupa porque, cuando uno más espera la unidad del gobierno para resolver los impases con maestros, obstetras y enfermeras, así como con grupos radicales antimineros que se oponen a los acuerdos en Las Bambas, no tiene ningún sentido que públicamente ventilemos lo vulnerables que son nuestras autoridades, ni pongamos en evidencia su incapacidad para resolver estos conflictos sociales ―que ya los superan y desbordan a diario.
Me explico… Cuando de gobernar se trata, quienes gobiernan tienen la responsabilidad de representar a los peruanos como “colectivo” frente a los intereses de distintos grupos sociales que integran este gran colectivo. Los políticos son los encargados de administrar estos intereses; buscando metas colectivas que beneficien a grandes mayorías, evitando el abuso de los grupos de poder que priorizan llenarse el bolsillo o alimentar su ego colosal, antes que garantizar derechos fundamentales a la mayoría de ciudadanos. Al menos eso debiera ocurrir en teoría.
Cuando nos encontramos con un gobierno tecnocrático que no entiende cómo funciona el chip de grupos sociales que pugnan por exigir sus derechos frente a un Estado ausente, que desconoce que estos movimientos albergan intereses en pugna, que no tiene una estrategia para negociar con ellos , que se contradice cuando el Presidente deja sin piso a sus propios ministros y supone ―ilusamente— que un mal armado Mensaje a la Nación del Presidente basta para resolver el problema, sin tener una adecuada lectura del respaldo popular ―legitimidad― que hoy tiene; nos encontramos entonces con un potencial cuadro de colapso político frente al cual ya deberíamos estar pensando distintos escenarios de salida.
Nos encontramos en un momento en el cual los políticos deben decirle a los tecnócratas: ¡Basta! No podemos tolerar más que la impericia política y la idiotez tecnocrática permitan que minorías de dudosa representación social pongan la agenda país antes que los representantes elegidos por voto popular. Si no queremos convertir nuestra sociedad en una selva sin ley que se respete, debemos tomar acciones de inmediato. Ojo… No nos referimos a respuestas autoritarias ni represión por parte del Estado. Eso sería poner en evidencia nuevamente la incapacidad que tiene la tecnocracia financiera para gobernar. Nos referimos a definir estrategias de negociación inteligente y de ejercicio de la autoridad focalizada, de manera que pongamos la búsqueda de acuerdos por encima del reclamo social.
Acusar a todos de terroristas hoy es la peor estrategia. Como si estuviéramos durmiendo con el enemigo y se lo dijéramos de frente sin salir corriendo de la cama para velar por nuestra seguridad y nuestras vidas.