Cuenta la historia, que una serpiente furiosa perseguía a una luciérnaga. La seguía por diferentes lugares y la luciérnaga, cansada de tanto huir, de pronto se detiene y le dice al reptil ¿te puedo hacer tres preguntas?, recibiendo como respuesta como estas a punto de morir, te concedo esa gracia. El insecto ante eso, le inquiere diciéndole ¿te he ofendido?, no ―responde la serpiente―, ¿te he hecho daño?, jamás podrás hacerlo insignificante bicho; ¿entonces porque me persigues?, te persigo simplemente porque brillas. Esta es la insólita respuesta, a la cual añade:
Me enfurece verte brillar, tu luz opaca mi ser. Siento que mi alma se vuelve pequeña, por eso te detesto, no acepto que brilles mientras yo me arrastro por la oscuridad y habito en las entrañas de las guaridas”.
A diario vemos, que tanto hombres y mujeres, simulando a la serpiente y a la luciérnaga, se persiguen unos a otros luchando frontalmente, guiados por un espíritu maquillado por la competitividad. La persecución es casi darwiniana, por cuanto muchos han perdido el respeto a las buenas formas, ética y valores; a los cuales consideran simplemente son enunciados líricos y retóricos.
El sentido de la vida se ha perdido, lo material se impone a lo espiritual; la envidia corroe, mientras que la hipocresía se ha convertido en un hábito. Para transitar con aplomo y sin apremios por la vida, una tarea fundamental que tenemos es conocernos a nosotros mismos, es decir, debemos conocer nuestro yo interior.
Conocernos a nosotros mismos es parte del plan estratégico personal, que debemos hacer cada uno de nosotros, para poder seguir el camino que nos da la luz de la razón, allí identificaremos nuestras fortalezas y debilidades. Así podremos trabajar en estas últimas para evitar ser vulnerables ante los deseos de las cosas mundanas que a cada día e instante se nos presentan. ¡Conócete a ti mismo proclaman los sabios! y nosotros los mortales lo aceptamos con humildad.