La política como política de Estado

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Imagen: Ricardo Luccatti

El discurso del Presidente Kuczynski es un claro retrato de la realidad política que vivimos en estos tiempos, donde el factor económico, las inversiones, el gasto público y la confianza de los mercados internacionales marcan el rumbo de las decisiones que el jefe de Estado y sus ministros toman cada día en el ejercicio de sus funciones.

El termómetro que mide el éxito o el fracaso del gobierno se llama PBI. Si mantenemos un crecimiento entre el 2 y 3 por ciento estamos en recesión, si superamos el 4 por ciento, entonces, hemos recuperado el camino hacia el desarrollo y el progreso, pronto ingresaremos a la OCDE y llegaremos a convertirnos en un país desarrollado, dicen.

El Congreso es otro escenario ajeno a la construcción de la política en el Perú, la mayoría parlamentaria no tiene una ideología política, solo un apellido asociado a su “líder indiscutible (aún)” actualmente preso, y sus hijos –herederos del apellido– se disputan el liderazgo de ese grupo que reúne a singulares personajes que tienen en común un color de campaña, algunas investigaciones fiscales y un par de grupos de whatsapp que les marca la consigna que deben cumplir en el Parlamento.

Los demás grupos parlamentarios no se diferencian tanto del primero, han llegado a convenir campañas electorales que resultaron beneficiando a representantes de la Patria bastante diversos, alianzas que poco a poco se quiebran, se dividen, incluso se enfrentan por razones pragmáticas, cuotas de poder, comisiones del Congreso, o simplemente, por egoísmos, envidias y celos.

Los partidos aún sobrevivientes como el APRA, Acción Popular y el PPC también hacen lo suyo con sus enfrentamientos internos, la izquierda realmente casi no existe. Entonces, es fácil deducir que el Perú carece de partidos políticos, de debates de ideas, de líderes como aquellos que tenían la capacidad de influir en sus seguidores para moverlos a la acción y consecución de sus ideales.

A este escenario debemos agregarle cuatro puntos críticos que debemos tomar en serio; el primero, es la corrupción enquistada en el aparato público auspiciado por el sector privado, con tráfico de influencias, 10 por ciento bajo la mesa, con cuentas offshore o con canjes de puestos de trabajo para ineptos con buenos sueldos, hasta la microcorrupción para dar trámite a las gestiones administrativas que solo sirven para llenar de papel los escritorios de los empleados públicos.

El segundo, es el debilitamiento de la institucionalidad de casi todas las entidades públicas responsables de garantizarnos el acceso a los servicios básicos como educación, salud, alimentación, vivienda, trabajo, agua y desagüe, infraestructura, comunicaciones, justicia, por mencionar algunos. El problema es que esta falta de institucionalidad debilita directamente la democracia y se convierte en caldo de cultivo de trasnochados y peligrosos proyectos.

El tercero, es el solapado surgimiento de grupos perversos que en su discurso exacerban los ánimos de ingenuos peruanos para rebelarse contra la democracia, contra el gobierno de turno, contra el sistema público que no se da abasto para llegar a todos, principalmente a los más vulnerables. Un discurso que promete un supuesto modelo “más justo” después de tomar primero las calles, carreteras, colegios, hospitales, y luego, el poder por la fuerza para ajusticiar a los que consideran responsables de los problemas que tenemos en el Perú. ¡Cuidado con estos miserables a los que no debemos darle tregua!

Y en cuarto lugar, es la crisis que enfrenta el sistema de administración de justicia, esa que no sentencia, que demora, que es diligente solo para algunos, que persigue a otros, que se revela en el convenido actuar de magistrados mal pagados por el Estado, y lo que es peor, muchos de ellos pagados por lo bajo por una de las partes investigadas.

Cuatro puntos críticos que no se resuelven con medidas económicas, ni mayor presupuesto, ni con el libre mercado. Todo lo contrario, estos puntos críticos impactan negativamente en el desarrollo económico y en el mercado. Y digo esto para ver si así le prestan real atención a estos problemas de orden político que afectan al Perú.

Estamos a cuatro años del Bicentenario, en un país con un 25 por ciento de población juvenil (20 a 35 años) totalmente interconectado a través de las redes sociales y la Internet. En una época donde las comunicaciones tienen gran incidencia en los hábitos y conducta de la población en todos los grupos etarios.

Sin embargo, no tenemos partidos políticos, ni líderes políticos, ni activismo político, qué paradoja. Actualmente los medios de comunicación son más accesibles, más eficientes y más económicos, pero en el Perú para hacer política primero se necesita dinero, antes que líderes con valores e ideales dispuestos a construir un Perú mejor, un país que realmente merecemos.

Ahora el Presidente Kuczysnki tiene la oportunidad de construir la verdadera base de una democracia que nos conduzca hacia el primer mundo, creo que el Bicentenario sería el mejor momento para sembrar las bases de una verdadera forma de hacer política en el Perú, con reglas claras, con transparencia y participación de todos, con cuentas claras y auditadas, con proyectos de desarrollo político en las regiones, con líderes locales. Esta es una responsabilidad del Estado que no debe dejarse de lado mirando solo el mercado.

Crear las condiciones adecuadas para hacer verdadera política debe ser una política de Estado rumbo al Bicentenario.

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