El Perú, como cualquier país latinoamericano, necesita de urgentes reformas políticas e institucionales, sin las cuales sus mejores éxitos, como el crecimiento económico, pueden sencillamente hacerse añicos ante la mirada sorprendida de sus gobernantes, legisladores, magistrados, empresarios y ciudadanos.
Si el shock económico y financiero del 90 no hubiera generado los acuerdos y consensos alrededor de un orden fiscal duro y disciplinado, los años que siguieron no hubiran permitido que nuevos arquitectos dieran forman a la macroeconomía que conocemos, de cuyas garantías todavía vivimos desde hace 25 años.
Dimos un gran paso entonces. Y casi de inmediato dejamos de dar el otro gran paso siguiente: el de las reformas políticas e institucionales, que dieran sentido de modernidad al Gobierno y al Estado y crearan las condiciones para una mejor gestión de territorio, geografía, recursos naturales, patrimonio cultural, descentralización, inclusión social.
Nos ha faltado pues en este cuarto de siglo embelezado con el crecimiento económico, un shock institucional suficientemente maduro y responsable como para sacarnos del pantano político confrontacional. Los presidentes venidos del 2001 al 2016 accedieron al poder más por rechazo a sus adversarios que por favoritismo electoral bien ganado. Como el antiguo antiaprismo, el antifujimorismo de este tiempo ha instalado en la política peruana una gruesa barrera al diálogo, al acuerdo y al consenso. Y cada vez que Kuczynski se atreve a remontar esta gruesa barrera convierte sus diálogos y acuerdos en tímidos ensayos de teatralidad política, porque si él puede considerarlos necesarios y pertinentes para la estabilidad de su gobierno y para la gobernabilidad del país, su entorno más cercano hace del deshielo entre Fuerza Popular (el partido de Keiko Fujimori) y Peruanos por el Kambio (el partido del presidente) un poco disimulado telón de fondo de hipocresía. En esencia, les cuesta demasiado a Kuczynski, a su gabinete, a su bancada en el Congreso, a sus asesores y a muchos de sus funcionarios tecnócratas, construir los sofisticados puentes políticos camino al encuentro de sus intereses con los del fujimorismo.
De ahí que no debiera causar extrañeza que las referencias presidenciales al diálogo, a los acuerdos y a los consensos, fueran confinadas a la última parte del mensaje a la nación del 28 de julio último. Una demostración cumplidora para no estar fuera de tono de los insistentes reclamos mayoritarios de la población a favor de las reformas políticas fundamentales.
Los encuentros de Kuczynski con Keiko Fujimori no dejan de ser pasos de distensión importantes, luego de que por casi un año prevalecieran rencores y recelos muy profundos entre ambos. Sin embargo, cualquier mirada franca y descarnada a todo lo que rodea esos encuentros entre bambalinas, termina por descubrir que no solo en Fuerza Popular y en Peruanos por el Kambio, sino en los demás partidos y movimientos políticos, sigue existiendo una fuerte resistencia a las reformas políticas y a todo aquello que podría hacerlas posible: precisamente los diálogos y los acuerdos.
Hubiera sido realmente una buena noticia para el país tener al frente del gabinete a un primer ministro dispuesto a poner los diálogos y acuerdos entre las fuerzas políticas en la agenda central del país, comenzando por disminuir la desconfianza que caracteriza la relación no solo entre el oficialismo y la oposición sino al interior de los liderazgos y militancias de los partidos.
La otra buena noticia que esperamos es que la mayoría fujimorista en el Congreso sea consciente de la deuda que tiene con el país en materia de reforma política, de cara, por supuesto, a la afectación que sufrió nuestra institucionalidad durante el régimen autocrático de 1990 al 2000.
La búsqueda de diálogos, acuerdos y consensos en el Perú no puede seguir siendo una anotación al margen en los discursos presidenciales ni una ocasión para fingir posturas democráticas renovadoras ni una preparaciones dolorosa en la ciudadanía al sufrimiento de una nueva decepción de sus elegidos de ayer y de hoy.
La búsqueda de diálogos, acuerdos y consensos necesita ser pensada y llevada a la práctica dentro de la voluntad política más sincera, madura y responsable.