Ha pasado un año desde que el Gobierno de Peruanos por el Kambio asumiera el gobierno del país. Uno hubiese esperado que un autodenominado equipo de lujo hubiese permitido reactivar la economía, avanzar de manera decidida en la seguridad ciudadana e iniciar un franco camino en contra de la corrupción. En concreto, uno hubiera esperado el primer año de un gobierno entrante, y no la continuación de un gobierno corrupto e ineficiente.
Lastimosamente, veo con tristeza que –luego de 365 días– tenemos la continuación de un gobierno que apuesta por el piloto automático, al que le cuesta de manera sorprendente desvincularse de aquellos proyectos altamente cuestionados, proyectos en los que prevalecen los intereses privados antes que las necesidades de mayorías.
Cierto es también que el gobierno enfrentó hechos externos que jugaron en contra, pero seamos sinceros, todos los gobiernos los tienen y en realidad, en esas circunstancias, es donde el equipo tiene la oportunidad dorada de demostrar de qué está hecho.
Si bien en un primer momento el Gobierno actuó de manera oportuna ante los desastres naturales, parece que el cansancio les ganó la partida. Dejaron de lado la sensibilidad, la presencia indispensable ante la población, escuchando y resolviendo; todo a costa de centrarse –de manera casi enfermiza– en destrabar grandes inversiones con un alto componente de intereses particulares.
No puede alegarse que tuvieron la oportunidad de implementar sus propuestas. ¡Vamos! Solicitaron una delegación de facultades que, con seguridad, es una de las más amplias de la historia. El Congreso, entendiendo que estaban en el derecho de implementar sus grandes promesas de campaña, se lo otorgó.
Ello demostró, sin embargo, que no tenían clara su hoja de ruta: (1) No tenían preparados los principales aspectos de su reforma (de hecho el Premier no dudó en confesar que en el camino se dieron cuenta de lo que podían hacer), (2) Gran parte de los dispositivos estuvo plagado de errores, excesos que sobrepasaban las materias delegadas, sanciones mal tipificadas y materias que nuestra constitución prohíbe ser desarrolladas por decretos legislativos, y (3) Quienes nos gobiernan desde el ejecutivo están desconectados de nuestra realidad. No olvidemos que Lima no es el Perú.
Esperemos que este 28 de julio, el Presidente dé un giro de timón y empiece el gobierno para el que fue elegido. Que deje de lado el continuismo humalista que caracterizó estos primeros 365 días y desarrolle, de una vez por todas, un plan de gobierno para el Perú.