Escucho el discurso por 28 de julio del Presidente de la República y corroboro –una vez más– que este parece un gobierno que se resiste a gobernar para todos los peruanos. Haber ganado la presidencia parece que fue suficiente para ellos. No los mueve ninguna reforma estructural de fondo, no transmiten ningún sentimiento para sentir orgullo patrio, nos hablan del Perú como un país que no entendemos, como si su visión panorámica de nuestra historia se hubiese quedado suspendida en el tiempo y se redujese a constatar y registrar un “Perú, Problema y Posibilidad” cual Basadre moderno.
Los peruanos nos preguntamos ¿cómo cambiamos nuestra historia? Estamos hartos de los notarios de la política que lo único que hacen es recordarnos lo mal que andamos y que debemos cambiar. Eso ya lo sabemos hace décadas. Hace 200 años que nuestros políticos lo repiten. Pero ninguno saber decirnos hasta hoy qué camino seguir. Ese es el sentimiento que hoy nos aborda.
Digamos que el discurso comenzó bien, con una intensidad adecuada, reconociendo a esos peruanos de carne y hueso que fueron claves en el proceso de la emergencia por el Niño costero. Pedro Llauce, Cabo del Ejército del Perú que rescató a un niño aislado por las inundaciones, subiéndolo a un helicóptero en pleno vuelo; Mariela Esqueche, Sub Oficial de Segunda de la Fuerza Aérea del Perú, que apoyó a una mujer a punto de dar a luz mientras era evacuada en un vuelo de apoyo; Carlos Mondragón, Oficial de Mar Primero y Buzo de Salvamento de la Marina de Guerra del Perú, que rescató a 200 personas en Piura en un solo día; Mary Carmen Morales, Médico Odontóloga del Ministerio de Salud, quien caminó kilómetros en busca de damnificados en Piura; Luis Burgos, Director del Museo Max Uhle en Ancash, quien permaneció durante una semana en el Museo salvaguardando el Patrimonio Cultural de la Nación; y Guillermo De Lama, Capitán de la Policía Nacional del Perú; Rita Denegri, Seccionario del Cuerpo General de Bomberos del Perú; Bertha Zavala, Voluntaria en Essalud; y Salvatore Giaquinta, voluntario del sector privado, cuyos perfiles se convierten en un modelo del héroe cotidiano que debemos emular y enaltecer cuando de sentir nuestra patria se trata.
Pero la emoción quedó allí, en ese primer momento. Y nunca más volvió. Fueron sus rostros lo más emocional que tuvo este discurso, lo más peruano y lo más humano que nos hizo sentir el Presidente durante toda su alocución frente al Congreso de la República.
A partir de entonces lo demás quedó para el olvido. Esperábamos que sus asesores le hicieran entender que más allá del informe de gestión pública que corresponde en estas fechas, el momento era crucial para marcar la diferencia respecto al desastroso primer año.
No hubo el acto de constricción necesario por los errores cometidos. No hubo un sentido autocrítico. Lo que hubo fue un intento de victimización. Lo que hubo fue un hombre “bien intencionado” cuya ingenuidad política le impidió imaginar la magnitud del daño que provocarían en su acertada visión del país fenómenos como Lava Jato y el Niño costero. Siempre la culpa de lo no actuado resulta ser de otros. Siempre la causa de la inacción se debe a factores externos.
Tanta fue su evasión de la realidad, que lo más resaltante del discurso fueron los cinco proyectos de Ley que dejó en manos del Presidente del Congreso para que ingresen por mesa de partes. Y lo digo en sus propias palabras: “Quiero reiterar mi convicción en la capacidad de convertir al Perú en un país moderno, próspero y justo. Los proyectos de Ley que hemos traído hoy avanzan en esa ruta. Estos son: (1) Proyecto de Ley que facilitará y reducirá los tiempos vinculados a los procesos de obtención de predios para la ejecución de proyectos priorizados; (2) Proyecto de Ley para la creación de la Autoridad de Transporte Urbano para Lima y Callao; (3) Proyecto de Ley para reformar la conformación y requisitos de los miembros del Consejo Nacional de la Magistratura; (4) Proyecto de Ley para promover los proyectos para el tratamiento de aguas residuales mediante asociaciones público-privadas; y (5) Proyecto de Ley que permite fortalecer el sistema de inspección de trabajo a través de SUNAFIL”. Lo más significativo fue darle trabajo a otro poder del Estado, y “tirar la pelota en cancha” de los congresistas –como se dice en el argot popular.
Lo cierto, señor Presidente, es que los peruanos esperábamos mucho más. No más burocratización de la gestión pública. No más constatación de que el Estado que gobierna no da para más. No más salidas por puertas falsas o laterales. Queremos un gobierno que enfrente los problemas sin rodeos. Que busque soluciones concretas. Que no se ponga más metas hasta cumplir las que propuso un año antes. Que no gobierne solo para los limeños que estamos hartos del tránsito en la capital, sino para convertir otras regiones del país en verdaderos polos de desarrollo que no tengan nada que envidiar a la ciudad capital. ¿Es mucho pedir?