¡¡¡Indescifrable!!! Esta es la sensación que tenemos cuando vemos ―una y otra vez― las imágenes del container que protagoniza la muerte en vivo de cuatro trabajadores esclavizados, tras el incendio de las galerías Nicolini en Las Malvinas. Dos muertes idiotas, dos muertes estúpidas, dos muertes indignantes… dos muertes sin razón.
Me vienen entonces a la cabeza imágenes de hace 28 años, cuando recorría las calles de La Victoria, allá por el Parque Cánepa, cuando visitaba a micro, pequeños y medianos empresarios vinculados al negocio de la confección, esos que daban vida a ese conglomerado comercial llamado el “fenómeno Gamarra”.
Recuerdo que en aquella época discutíamos intelectualmente con Fernando Villarán y Juan Infante, si este grupo de empresarios convertirían la zona en un distrito industrial, al estilo de los conglomerados emergentes de Italia o Alemania; o si convertirían el distrito ―como sosteníamos nosotros— en un simple centro comercial popular, que combinaría a lo sumo comercio informal con tráfico ilegal.
Los pensadores socialistas buscaban en las pymes al sujeto histórico que suplante a ese inexistente proletariado peruano, con el objetivo de hacer realidad su revolución social. Los campesinos quedaron rezagados por una intensa migración del campo a la ciudad y se convirtieron en sobrevivientes urbanos, cuya inclusión social estaba seriamente restringida por razones étnicas, raciales y de status económico-social.
Los pensadores ultraliberales teníamos la esperanza de que ese emprendedor informal encuentre un camino de inclusión económica y social. Pero los nefastos gobiernos que se sucedieron desde los años 70 hasta la fecha, solo convirtieron a ese pujante migrante y trabajador en el monstruo ilegal que hoy vemos producir al margen de la Ley sin respetar los más elementales derechos de las personas. No fueron todos, por cierto… Sería injusto generalizar esta situación. Pero los ilegales se convirtieron con los años en el perfil dominante de la mal llamada “informalidad”.
Recordé también que, cuando recorría las calles de Gamarra, descubrí muchos casos de empresarios que encerraban a sus trabajadores por horas, con el objetivo impedir que descansen o se roben alguna máquina. Fue así que levantamos nuestra voz de protesta ante tamaña brutalidad, miles de veces, haciendo entrar a muchos de ellos en razón, y exigiéndoles que reconozcan al ser humano que tenían al frente, que era igual que ellos, que tenía los mismos derechos que los dueños de los negocios a vivir dignamente. Nos parece atroz que hoy, 28 años después, esta situación no haya cambiado. ¿Dónde carajo está ese gran impacto que nos trajo el desarrollo de los últimos años? ¿Dónde los derechos ciudadanos de los peruanos que sueñan con la OCDE? ¿De qué país hablamos?
Al parecer, el sueño de los emergentes exitosos fracasó. Los ilegales vienen ganando la guerra de lejos. Por goleada y sin compasión. Estos ilegales convierten “emprendedores” en “criminales”, convierten “inocencia” en “pendejada”, convierten “olfato” en un “tiro de cocaína a la cien”. Estos ilegales convierten “cadenas productivas” en “organizaciones criminales para delinquir”, convierten “gremios” en “mafias”, convierten “futuro” en “fuego eterno” y nos venden “desarrollo” como “explotación”.
De más está decir que nuestra indignación inicial se convierte de a pocos en desesperanza, en tristeza y muchas lágrimas. No solo por los muertos y las miles de bajas que tuvimos hasta las semanas pasadas, sino sobre todo porque cuando pienso en mi hija, siento impotencia por no poder dejarle un mundo distinto, por no heredarle una sociedad mejor, por no permitirle tener esperanza, porque tenga que vivir en una ciudad de mierda que comienza a pensar que convivir con la mierda es normal.
Cuando pienso en estos ilegales siento náusea. Me percato entonces que ya no los distingues en las calles. Unos tienen mal gusto y se expresan sin modales. Otros usan saco y corbata. Ambos pretenden gobernarnos. Algunos son encantadores de serpientes. Y otros pasan en moto y te dan una descarga de bala.
Lo cierto es que está en nuestras manos y nuestras mentes comenzar un verdadero cambio. De más están las autoridades que buscan excusas para intentar explicar lo que no hicieron. El reto está en hacer lo que tenemos que hacer ya. Sin melodramas, sin confusión, sin temor, sin pretextos para la inacción. Sin miedo. Hay que hacerlo con los pantalones bien puestos.
A pesar de todo cobijo una esperanza. Pero tengo muy claro que el reto lo debemos asumir juntos. De otro modo estaremos condenados a expresiones dispersas que jamás lograrán una verdadera transformación social.