Cuestión de confianza

0
Foto: La República

El pasado viernes, al término de su presentación en el Congreso, el ministro de economía Alfredo Thorne dejó claro su posición de continuar en el cargo siempre y cuando tuviera la confianza del Congreso de la República. Una presentación que duró tres horas entre la breve participación del ministro y de las acostumbradas peroratas de los congresistas que asistieron —porque muchos faltaron— a la convocatoria realizada un día antes por parte de la Presidenta del Congreso.

Una vez más, un hecho político concentra la atención de la ciudadanía y termina generando mayor desconfianza sobre el actuar de nuestros políticos de turno, un hecho que se repite y transmite diariamente en los medios de comunicación y redes sociales evidenciando la crisis de confianza en la política que padecemos en el Perú.

Hace 12 años Francisco Herreros Vázquez* destacaba en una de sus publicaciones que “la confianza política es universalmente considerada buena para la democracia. Por un lado, se argumenta que altos niveles de confianza en los políticos, los partidos políticos y las instituciones políticas es sinónimo de buena salud democrática, y, por otro lado, se afirma que la confianza política es un valioso activo para el funcionamiento de las instituciones. Se supone que la confianza política afecta al deseo de los ciudadanos en general de pagar sus impuestos, al deseo de los más talentosos de esos ciudadanos de entrar en la administración pública, al cumplimiento voluntario de las leyes, y, más en general, al cumplimiento voluntario de las políticas gubernamentales”.

Sin embargo, también advertía que los niveles de confianza política están descendiendo incesantemente, al punto que las consecuencias predecibles de este declive serían negativas.

Y entonces podemos mirar hacia el Perú y encontrar que los niveles de confianza en los políticos son negativos, que la confianza en los partidos políticos casi no existe y que las instituciones políticas —con escasas excepciones— no pueden considerarse como “confiables” en el país.

Si se trata de identificar a los detonantes de estos altos niveles de desconfianza política encontramos desde opinólogos pesimistas hasta casos reales que evidencian la indiferencia de las autoridades del gobierno central, regional y local; injustos administradores de justicia; cuestionados servidores de la salud pública, de la seguridad ciudadana, de la educación y de la administración de servicios públicos; y qué decir de los innumerables casos de corrupción que conocemos desde los niveles más básicos de la administración pública hasta los máximos magistrados del país. El caso Odebrecht es sin duda la punta del iceberg de la corrupción que apenas se deja ver.

Por todo esto podemos advertir que la democracia está enferma porque padece de una infección de desconfianza generalizada, donde las verdades son relativas, donde la leche no es leche, donde la razón la obtiene el que más poder ostenta, donde la justicia se quita la venda para leer el nombre del estudio de abogados que la enfrenta, donde la pobreza es casi sinónimo de culpa, donde el color de piel y el acento al hablar hace la diferencia del trato o maltrato que te toca, donde un saco y una corbata bien puesta no te garantiza la honestidad del que la viste, donde un buen traje simplemente oculta la miseria del alma del que funge ser político para disfrazar sus desenfrenados apetitos de riqueza, placer y poder a cambio de tu voto e incluso de tu indulgencia.

Ante este mal urge instaurar en la Sociedad una cultura de transparencia, empezando por la institución que tiene que velar por que esta se cumpla en el aparato público, necesitamos una nueva Contraloría que nos de confianza, necesitamos que la sociedad civil acceda a la información pública, que la política de gobierno abierto realmente se establezca, necesitamos jueces y fiscales verdaderamente justos, y sobre todo, necesitamos que las nuevas generaciones aprendan y empiecen a recuperar el valor de la confianza; las familias, las escuelas y las universidades deben emprender esta tarea y el gobierno debe convertirlo en política pública, claro, si es que entiende primero que la confianza es el principal activo social de la buena convivencia.

La recuperación del Perú es cuestión de confianza, paradójicamente una situación similar a la permanencia del actual ministro de economía y finanzas.

(*) Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, reconocido investigador internacional sobre la violencia política, el capital social y la confianza y la teoría democrática.

¡Participa del debate! Deja tu comentario

Por favor, ingrese su comentario
Por favor ingrese su nombre aquí