Hablar con Gloria Hinostroza*, una destacada historiadora e investigadora peruana, es trasladarse mágicamente a la época prehispánica, es encontrar en una persona todo el amor que debemos tener por nuestro país y su gran legado cultural que poco valoramos en el diario trajinar de nuestras agitadas vidas citadinas.
A propósito del escándalo de la leche que no es leche y de la importancia de la alimentación en nuestro país, ella me comentaba que antiguamente en el Perú teníamos las llamadas collcas o grandes almacenes de alimentos, de tal manera que los pueblos tenían suficientes reservas para alimentarse bien por un periodo de 10 años, y es que la cosmovisión andina siempre consideró a la alimentación como un acto religioso, por lo tanto, los alimentos que provenían de nuestra Pachamama tenían vida y eran una extensión de nuestra madre tierra.
Estas collcas estaban ubicadas en las partes altas de los pueblos andinos, eran una especie de almacenes de techos elevados que aprovechaban perfectamente los vientos helados de nuestras quebradas para conservar los alimentos deshidratados que allí se guardaban de manera clasificada y ordenada, incluso la realeza incaica contaba con depósitos especiales para los mejores y más selectos alimentos andinos.
Realmente es admirable el nivel de organización y planificación que existía en esa época, donde todos entendían que estos alimentos eran una garantía de supervivencia frente a las condiciones climatológicas que podrían enfrentar en cualquier momento, donde existía –además- la disposición política del Inca y, en consecuencia, se tenía que cumplir rigurosamente con esta orden del supremo gobernante del imperio.
Otras de las características del antiguo Perú era el establecimiento de los tambos, una especie de centros de alojamiento donde los chasquis, por ejemplo, podían descansar, alimentarse, relevarse, prestarse nuevas vestimentas y de ser necesario, tomar algunas armas que le permitan defenderse frente a cualquier amenaza en el cumplimiento de sus funciones. En estos tambos abundaba la chicha y almacenes de papa deshidratada, cancha, granos y demás alimentos livianos que el chasqui podía llevar consigo para sus largos trayectos garantizándole la necesaria dotación de proteínas y nutrientes para mantenerse fuertes y sanos.
Es decir, desde aquellas épocas en el Perú estuvimos acostumbrados a organizarnos comunitariamente, identificando las necesidades comunes de cada pueblo e instaurando sistemas organizados, planificados y controlados para garantizar la atención de estas necesidades básicas como la alimentación saludable de la comunidad y la protección y bienestar de nuestros “servidores públicos”.
Actualmente el Perú padece de una especie de ceguera frente a estas buenas prácticas que nos resultarían sencillas volverlas a implementar. Es lamentable que cada año las heladas terminen arrebatándoles la vida a varios peruanos, sobre todo niños y ancianos, que frente al intenso frío dejan su último aliento de vida como una muda protesta frente al anonimato e indiferencia que les dan las autoridades y funcionarios públicos del país.
Cada año el norte del país se somete a las intensas lluvias que arrastran cultivos y también la esperanza y futuro de nuestros agricultores y sus hijos desdichados por la falta de planificación y prevención frente a estos eventos naturales; o las quebradas de nuestra sierra indebidamente pobladas por casas construidas en las faldas de los apus que cada vez que lloran arrastran consigo el esfuerzo de tantos años para hacerse de un techo que los proteja del frío invierno que azota las mejillas quemadas de mis paisanos por la indolencia y la ignorancia de muchos alcaldes aficionados al poder y el dinero corrupto a costas de la pobreza de sus pueblos.
Este es el Perú de hoy, donde las grandes ciudades dan lugar al ladrillo y el cemento, y en medio de esto, la envidia, la avaricia, el egoísmo, la ira y la delincuencia erigen sus sórdidas redes para mantenerse más fuertes frente a los que –casi sin fuerzas ni razones– intentan luchar contra ellos.
Y entonces veo a Gloria, y entiendo que al menos una forma de recuperar la esperanza en mi país, en nuestras autoridades, en nuestros servidores públicos, es aprendiendo a revalorar lo que es nuestro, a ver nuevamente a nuestra alimentación como un culto a Dios, donde el principal propósito es tener una nación sana, fuerte, saludable, feliz, y no como es ahora, un simple número de potenciales consumidores. Creo que por eso tenemos mala leche, creo que nuestra ceguera frente a lo maravilloso de nuestra tierra nos está causando esta crisis de valores que padecemos.
Creo que, para reconstruir un Perú mejor, primero tenemos que volver a aprender a amar a nuestra tierra, nuestra gastronomía, nuestra historia, nuestras costumbres y, sobre todo, amar al prójimo, al otro, a pesar de nuestras diferencias, debemos aprender a respetarnos entre nosotros, así será más fácil luchar contra la corrupción, contra el crimen, contra el odio.
(*) Gloria Hinostroza Clausen es investigadora, historiadora y docente de Le Cordon Bleu Perú.