Homenaje a Michael Novak.
El gran escándalo de corrupción de la empresa Odebrecht ha enlodado hasta la náusea a diversos gobiernos de América Latina, casi todos ellos de izquierda. En su esfuerzo por evitar su inocultable desprestigio, la progresía internacional se ha esmerado en hacer ver que esto ha ocurrido por la sempiterna culpa del “modelo de libre mercado” y del “capitalismo” que ha debilitado a las instituciones, públicas y privadas, de la región.
Resulta más que indispensable salir al frente de esa infamia señalando que el capitalismo moderno no tiene nada que ver con este contubernio entre políticos corruptos y una mal llamada “empresa” que era (y es) una sofisticada cazadora de privilegios, a tal punto que fabricaba candidatos que, al ganar las presidencias, gobernaciones o alcaldías, estaban asociados en una suerte de consorcio del mal. Este compadreo corporativo o capitalismo de amigos se parece a la moderna economía de mercado como los lobos se parecen a los perros, y es preciso desmontar esa mentira.
El capitalismo moderno tiene como su base a la persona creativa, que desata sus talentos y esfuerzos en un ambiente signado por la libertad, el emprendimiento, el trabajo duro, el respeto a la palabra empeñada y al fruto de sus creaciones, la confianza mutua y la transparencia, en un medio ambiente de paz y armonía que está dispuesto por el estado de derecho y su ejercicio pleno en forma continua, como por la democracia en tanto alternancia en el poder en forma episódica. Todas estas acciones, no obstante, tienen como sustento (o fundamento, si así podemos llamarlo) un sistema moral y espiritual ─valores, en suma─ sin los cuales las mismas no pueden explicarse y se pueden perder en el vacío, caer en un sinsentido o derrapar hacia una decadencia sin encalas.
El valor fundamental es la confianza en la capacidad creativa de la persona humana. El ser humano ha sido llamado a crear para poder sobrevivir en un mundo que le es permanentemente adverso. Sale de la pobreza utilizando los muy escasos recursos que su alrededor le proporciona a través de su creatividad. Sus ideas iluminan ese camino que va de la caverna a los rascacielos, de las trepanaciones craneanas de las culturas precolombinas a las cirugías a corazón abierto, de las piraguas a los trasatlánticos, de los monoplazas de telas y maderas ligeras que desafiaban el viento para volar a las naves espaciales que superan la estratosfera con su alta tecnología.
Y he aquí que la clave de la creatividad como mandato para la supervivencia ayuda a comprender cómo el capitalismo moderno se distingue tanto de la mugre corrupta del compadrazgo político corporativo la ha dado un filósofo y diplomático americano recientemente desaparecido, Michael Novak, quien en sus obras, tales como El espíritu del capitalismo democrático y La ética católica y el espíritu del capitalismo, sostiene que el capital no es ya más equivalente en su significado al ganado, la tierra o incluso a aquellos elementos tangibles que son los medios de producción. Su significado esencial es el capital humano: la inteligencia humana, la inventiva, el conocimiento, la destreza, el espíritu de empresa, la capacidad de organización, la iniciativa. Es curioso cómo los seres humanos nos hemos pasado despreciando al sistema de libre mercado y a sus principales inspiradores, los creadores. Inventores, por ejemplo, de las gafas, de los modernos motores, de las pajitas, los pañales desechables o los abrelatas, de los cuales no sabemos ni el nombre pero cuyas creaciones usamos todos los días.
De modo que toda persona que se precie de amar su libertad, y de valorar su modo de vida, tiene un deber ético: el de distinguir el capitalismo democrático y moderno de esta versión llena de penumbras que corporaciones mercantilistas como Odebrecht se han apresurado en crear. Tal es la tarea que nos encomendó Michael Novak. Que así sea.